Tu suave y grato aliento, dulce mayo,
llenó mis horas de melancolía.
Los pétalos danzaban en la tarde
mientras el oro se desvanecía
tras los montes azules que soñaban
sumidos en la inmensa lejanía.
Mi corazón cargado de recuerdos
en su contemplación se complacía.
Quedaron muy atrás las negras horas
que el viento vespertino deshacía.
Por la verde vereda perfumada
sonaba una distante melodía
hecha de lunas frescas y de frondas
que me llenaban el alma de alegría.
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