En la avenida central de un cementerio, hay un ángel triste. Es de mármol, de mármol blanco, y se nota la pericia del escultor que lo talló. Sostiene una trompeta de bronce en su mano derecha. La izquierda, quizá debido a los soles y los fríos, se le ha desprendido y descansa a sus pies. La expresión del ángel es de una infinita desolación. Algunas hierbas trepan por el panteón donde se encuentra el ángel. El mármol ha dejado de ser blanco. Musgos y líquenes lo han ennegrecido, además de la capa de polvo oscuro que se ha ido adhiriendo a su otrora inmaculada superficie.
Siempre está triste. Sabe de soles, de lunas, de nieves, de vientos, de lluvias y soles. Y de dolor.
Del dolor inmenso de las despedidas. De llantos desconsolados. De ausencias dolorosas. Su tristeza no se atenúa nunca.
Permanece allí, esperando.
Algún día, puede que recobre la vida, lleve la trompeta a sus labios y su sonido haga temblar la tierra.
Mientras, su tristeza va en aumento.
Y más que por el dolor que contempla, por los olvidos, por la crueldad de los olvidos.
sábado, 17 de mayo de 2008
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