miércoles, 28 de mayo de 2008

Un sueño.

El sueño se repite.
No recuerdo bien cuándo comenzó.
Pero calculo que fue en primavera, porque coincidió con la visita de Andrés. Se quedó a cenar y luego hablamos y hablamos, evocando tiempos distantespero vivos en la memoria. Sí, lo soñé por primera vez una de aquellas noches de finales de marzo.
Yo iba por un camino que subía y bajaba, entre campos que comenzaban a verdear. Algunos árboles habían florecido y también los arbustos de las márgenes se teñían de un espumoso blanco rosado.
A lo lejos, mi destino.
Un caserón en una pequeña colina.
Parecía estar muy lejos.
Y yo tenía que llegar.
Aún no estaba el sol demasiado bajo.
Sentía sed, una sed tremenda, avidez de agua fresca, que sólo con su pensamiento ya calmaba mis ansias. Y llegué cerca de un manantial, a unos pasos del camino. Un paseante, como yo, humedecía sus manos en el fresco chorro que brotaba con fuerza. Luego, al acercarme, me contempló. Quizás por efecto del contraluz, no conseguía distinguir sus rasgos con claridad.
Pero me sonreía.
Con un ademán me invitó a sentarme en una piedra que parecía tallada toscamente en forma de pequeña bancada, o acaso nadie la talló y siempre fue así, por capricho de la naturaleza.
Luego, me ofreció un cuenco de barro cocido, lleno de un agua limpia, fresca y consoladora.
Yo bebía con avidez, y tomando de mis manos el cuenco vacío, lo llenaba y me lo ofrecía de nuevo.
De pronto, al alzar la vista, ya no estaba. El cuenco seguía en mis manos, pero el paseante ya no estaba.
Recuerdo su sonrisa pero muy poco más.
Y entonces, colmada mi sed, ya no deseé nada, ya no anhelé nada.
Coloqué el cuenco al pie de la fuente y seguí mi camino. Sabía que en la la casona, al final del sendero, sería feliz. El son aún no tocaba las montañas. Podía distinguir dos perros, grandes y vigorosos jugando junto a la entrada. Y alguien contemplaba mi llegada tras los cristales del ventanal de la primera planta.
Luego, el sueño se diluía como una gota de lluvia en un charco.
Mientras, el sueño va y viene.
Quizás exista ese lugar, y el paseante vuelva a ofrecerme agua muentras sonríe.
Cuando regresa ese sueño, me siento feliz y los días son amables.

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