lunes, 26 de octubre de 2009

Un pueblo. (IV).

Hoy, en el pueblo cercano a la casa donde vive el Filósofo, ha ocurrido algo insólito, que ha dado mucho que hablar a los vecinos, y que seguirá siendo motivo de comentarios, incluso de bromas y chirigotas, en las largas y oscuras noches que se avecinan.
Berto, el del butano, que se ha venido ganando honradamente la vida merced a ser distribuidor de las bombonas naranja, y tener un almacén de su propiedad donde acumula el preciado gas para uso del vecindario, se ha subido a la torre de la iglesia a las cinco de la tarde. Ha cerrado la puerta por dentro, luego, ha llegado hasta el campanario y allí, ha comenzado a voltear las campanas. No una, ni dos, todas... Todas las campanas... Han acudido las buenas gentes del lugar,
el alcalde, el médico, el señor cura, el juez de paz, las abuelas que estaban tomando el sol..., en fin,
nadie se ha resistido a la inhabitual llamada...
Las campanas sonaban que daba gloria...
Seguramente no habían sonado así ni en la fiesta grande...
El cura, perplejo, no sabía qué hacer...
Y menos cuando se ha dado cuenta de que la puerta estaba atrancada...
¡Berto, es Berto, el butanero!
-¡Pues con lo tozudo que es, no bajará hasta que se canse!, dice una de las viejecillas, que, seguramente, le habrá limpiado los mocos cuando fuera zagal...
El alcalde le ha pedido al juez de paz que hiciera algo...
-¿Qué quieres que haga yo...?, responde el aludido...
-Pues, detenlo, haz valer tu autoridad, y empapélalo..!
-Que yo sepa, no hace nada malo...
-¿Te parece poco? ¡Un escándalo público!
-Mire, alcalde, dice el cura, las campanas, cuando suenan, alaban a Dios, son la voz del Señor en la soledad de la llanura...
El maestro, que terminaba su jornada escolar, ha llegado, con la tropa de chiquillos...
Que se han partido de risa...
¡Niños, ya vale!, dice el maestro, conteniendo las ganas de soltarse a carcajadas...
Y así...durante una hora...
Luego, el silencio.
Entonces, Berto, se ha asomado a la plaza y ha comenzado su discurso, que tenía escrito en una hoja de papel, no demasiado limpia:
-¡Vecinos, vecinas, autoridades, gentes del lugar y de paso! ¡No estoy aquí por capricho! ¡Y esto no es una gamberrada! ¡Me he subido a la torre para llamar la atención! ¡Y es que estoy hasta los cojones de trabajar y trabajar, total, para que el jodido gobierno me lleve a la ruina! ¡No puedo pagar los impuestos, me inflan a impuestos, y todo se me va en impuestos! ¡Los cuatro cuartos que tenía, los he tenido que dedicar a pagar más impuestos! ¡Estoy en pelotas, no tengo un duro!
¡Y mañana tendré que comerme las bombonas vacías, porque el gobierno no echa una mano, si no es al cuello!
¡Vecinos todos! ¡Este invierno vais a tener que quemar matojos para hacer la comida, porque yo, Berto, el butanero, no tendré para comprar gasoil! ¡Ni para ir hasta la curva de la carretera!
¡Y os vais a calentar a guantazos, porque yo, Berto, el butanero, ya seré historia!
¡Me cago en todos los políticos de mierda que nos llevan a la ruina mientras viven y comen y mienten como cabrones!
¡He dicho!
Luego, ha bajado de la torre, y todo el vecindario ha aplaudido calurosamente su actuación.
Y cada cual, se ha ido a su casa.
Sólo se ha quedado el cura, que para eso es tu torre y su iglesia.
-Berto, hijo mío, no sabía que supieras tocar las campanas... Lo has hecho muy bien... ¡Sonaban de maravilla..! (En realidad, iba a decir otra cosa, pero ha recordado que es sacerdote, y se ha contenido).
Y Berto y el cura, han seguido paseando hasta llegar al puente sobre el riachuelo...
Apoyados en la barandilla, contemplan el cauce, algo menguado por el estiaje...
-A ver si llueve este otoño..., dice el cura.
-A ver..., dice Berto.
Y nadie sabe qué pasará...Nadie lo sabe...Ni los capitostes de Madrid, con lo listos que dicen que son...

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