viernes, 10 de abril de 2015

Una historia de hace muchísimo tiempo...

 
 
 
Conservo, como auténticos tesoros,
 
aquellos álbumes de Nestlé,
 
que, desde el primero que me regaló mi madre,
 
allá por el otoño de 1957, (...!!!),
 
hasta las últimos,
 
bien entrados los años sesenta,
 
constituyeron un delicioso entretenimiento,
 
a la vez que una forma de socialización,
 
basada en el intercambio de cromos,
 
en busca de los "imposibles"...
 
 
Es decir, aquellos dificilísimos de conseguir...
 
 
Este álbum, "Tierras lejanas",
 
aparecía muy diferente de los anteriores...
 
 
Los cromos,
 
eran fotografías...
 
 
Y los textos,
 
se referían a historias y aventuras,
 
vividas en varios lugares del planeta,
 
por viajeros impenitentes,
 
o aventureros irredimibles...
 
 
Quería hablar del "sakura",
 
la fiesta de la floracíon de los cerezos,
 
en Japón,
 
pero he creído oportuno,
 
que debía de contar esta historia...
 
 
Quizá todavía persiste esta tradición
 
en el Japón del siglo XXI...
 
 
Quizá...
 
 
El caso es que existía la figura tradicional
 
del hombre del pajarito...,
 
que con el pico,
 
extraía la receta de la felicidad...
 
 

 
El hombre del pajarito.
 
 
 
De niño, conocía a uno en versión española.
 
 
Allá por el otoño de 1959,
 
apareció por casa un personaje muy interesante...
 
 
Yo vivía con mis abuelos,
 
en aquél caserón que se vaciaba en septiembre,
 
y volvía a llenarse a primeros de julio...
 
 
Mientras tanto,
 
la soledad y el silencio,
 
campaban por sus habitaciones desiertas,
 
y sus largos e inquietantes pasillos...
 
 
El hombre del pajarito que yo conocí,
 
se llamaba Jaime...
 
Tendría...,
 
entre cincuenta y sesenta años,
 
y era un trotamundos...,
 
siempre de feria en feria...
 
 
Amaba la libertad,
 
el sol, el campo,
 
la vida al aire libre...
 
 
Un naturista de verdad...
 
 
Vestía con ropas sencillas,
 
pero resistentes y confortables...
 
Se tocaba con una gorra de visera,
 
y no comía carne...
 
 
En ocasiones,
 
ya que sólo "actuaba" por lar tardes,
 
se iba al campo a tomar el sol del otoño,
 
y, según contaba, solía cocerse unas patatas,
 
en cualquier recipiente que hallaba a mano,
 
siempre que estuviera limpio...
 
Era muy escrupuloso...
 
 
¿Levantino quizá...?
 
 
Pronunciaba las "ces" como "eses"...,
 
y hablaba con suavidad...
 
 
En aquél lejano otoño,
 
yo estaba pasando "las paperas"...
 
Un poco pupas, ya era, ya...
 
Y, en la cocina de casa,
 
donde se hacía vida,
 
desplegó su maravillosa atracción de feria...
 
 
Montó un trípode,
 
y sobre él, una plataforma,
 
donde colocó una jaula con varios pajarillos,
 
y una cajita de madera,
 
llena de tarjetas de colores...
 
 
Abrió la puerta de la jaula, y dijo:
 
- Daniela... Daniela... ¡Sal, amiguita...!
 
 
Un jilguero, o cardelina,
 
(carduelis carduelis, por si hay algún ornitólogo cerca...)
 
salió de la jaula,
 
y avanzó hacia el bueno de Jaime,
 
que jamás, ni en interior ni en exterior,
 
se despojaba de su gorra de visera...
 
 
- Vamos...Daniela..., dijo suavemente,
 
saca una tarjeta para este niño...
 
 
Yo, absolutamente hechizado,
 
contemplé cómo el jilguero,
 
tomaba una tarjetita con el pico,
 
y, a una indicación de Jaime,
 
me acerqué...,
 
y depositó en mis manos de niño,
 
una tarjetita doblada,
 
de color ligeramente rojizo...
 
 
¡Ufff!
 
 
¡Aquello era absolutamente increíble,
 
irreal, mágico...!
 
 
Acostumbrado a los huidizos gorriones
 
que solían acercarse a la terraza,
 
aquél pajarillo era una aparición celestial...
 
 
¡Un milagro con alas...!
 
 
Esa tarde,
 
mientras yo convalecía en una mecedora,
 
tapado con una gruesa manta,
 
Jaime se fue a "actuar",
 
porque era la feria de San Lucas, en Jaca...
 
 
Aún no había abierto el papel...
 
 
Y yo hice con mucho cuidado,,,,
 
temiendo que se echara a volar...
 
 
No recuerdo bien cuál fue el vaticinio que me entregó,
 
con un gesto,
 
que yo interpreté como amistoso y amable,
 
aquella avecica,
 
en la que Jaime,
 
había obrado el milagro de la amistad,
 
quizás por su bondad natural,
 
o, por considerar que,
 
a fin de cuentas,
 
todos los seres vivos somos iguales...
 
 
Apareció Jaime en años sucesivos...
 
 
Y el último,
 
fue en el otoño de 1963,
 
también por la feria de San Lucas...
 
 
No volvimos a saber de él...
 
 
Acaso se trocó en leve pájaro,
 
para volar junto a sus amigos alados...
 
 
Quiero pensar que fue así...
 
 
¡Se lo merecía!
 
 
 
 
 
 
 
 
 
(Archivo: cueva delcoco).
 
 
 

 

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