sábado, 5 de marzo de 2011

Espejos misteriosos...(4)

Reflejos de la mujer soñada.
El Filósofo ha ido esta mañana a visitar al Coco.
El sol acariciaba la ladera de la montaña donde tiene su cueva.
Algunas manchas de nieve todavía, donde el sol no alcanza....
Y han pasado el día juntos, hablando, leyendo..., y dormitando...
Pero... ¿el Coco duerme...?
No se sabe con seguridad, pero según él mismo afirma, "...a veces, cierro los ojos, y me invade un grato calor, y contemplo..., contemplo imágenes agradables... Y me gusta estar así... Cuando abro los ojos, todo se desvanece... Como los sueños..."
Se ha hecho tarde, y el Filósofo ha decidido pasar la noche en compañía de su amigo.
Todos los animales del Coco, se han acomodado en sus lugares habituales.
En la chimenea, arden varios leños...
El Filósofo, con la mirada perdida en la distancia del tiempo, ha comenzado a contar una historia.
Una historia sobre un espejo.
Será, pues, quien hoy nos relate otro hecho asombroso, protagonizado por una superficie reflectante...
El Coco, en su sillón de lectura, lo escucha atentamente...
Y el Filósofo comienza: "-Cuando terminé la carrera, conseguí una beca para ampliar estudios en el extranjero... No me agradaba la idea de abandonar mi país, mi familia, mis amigos... Pero, con el corazón un tanto dolorido, subí al tren una mañana de otoño, y emprendí el viaje a la universidad de H., creyendo que mi vida iba a experimentar uen n fuerte cambio...
Para mi sorpresa, descubrí que los estudiantes, son los mismos en cualquier parte de mundo...,
así que, enseguida me habitué a mi nuevo lugar de residencia.
Pasó el otoño, seguido de un invierno crudo, áspero y helador, al que sucedió una tímida primavera..., con más días lluviosos que soleados... Y de pronto, lució el sol, un sol radiante, y el buen tiempo se llevó las horas oscuras de nuestras mentes...
¡Cómo recuerdo aquel mes de mayo...!
Con mis recientes amigos, salíamos a pasear, nos sentábamos en las terrazas, contemplando a las hermosas chicas que pasaban, mirándonos con cierto atrevimiento, y que se alejaban entre risas...
Una tarde, al reunirme con mis compañeros de estudios y tertulias, noté que faltaba uno...
Los demás, me recibieron con rostros apesadumbrados.
No me atreví a preguntar qué había sucedido...
Por fin, y en voz baja, como si intentaran que nadie más pudiera enterarse, me contaron que el compañero ausente, estaba ingresado en el hospital, y que la cosa pintaba bastante negra.
"-¿Eres capz de guardar un secreto...?", me preguntó el que tenía a mi derecha.
"-¡Por supuesto que sí...! Ya me conocéis... Sabéis que soy muy discreto..."
"-¿Sabías que nuestro amigo F. visitaba con frecuencia una casa de alterne...?"
"-Sí, algo sabía, por él mismo...", respondí.
"-Pues, a causa de esas visitas, está muy grave, bueno..., mucho más que grave..."
"-¿Ha pillado algo...? En estos tiempos, todo tiene cura..."
"-Se trata de otra cosa... Es una dolencia que no tiene remedio..."
Y, entre todos, ahora uno, el otro después, me contaron una historia insólita, tan increíble, que no podía ser cierta...
La casa de alterne, aunque esto sea un eufemismo, era como cualquier otra de la ciudad, salvo por una circunstancia, que la distinguía de las demás.
En una habitación, completamente aislada de la luz del exterior, merced a sus contraventanas y a unos cortinajes oscuros, tupidos y pesados, sólo había una silla, y frente a ella, un amplio lecho, en el centro de la estancia.
Y más allá, en la pared del fondo, un gran espejo, ornado con un marco dorado, cuya moldura mostraba el buen hacer del artesano que la ideó, en forma de hojas y flores, y delicadas figuras femeninas asomando entre ellas.
El espejo, desde la puesta de sol, hasta el nuevo amanecer, tenía la propiedad de mostrar..., bueno..., la imagen de la mujer con la que todo hombre sueña...
Esa mujer ideal, inalcanzable, que creemos vislumbrar alguna vez, en alguna amiga, novia o amante, pero que, a la hora de la verdad, nos decepciona, porque no se corresponde con la de nuestros sueños más profundos e íntimos...
El compañero ausente, era cliente asiduo de la casa, y sólo entraba en aquella habitación...
Pagando un alto precio...
"-Pero..., si es un estudiante como nosotros, su padre es un funcionario del ayuntamiento, cómo
podía permitirse...", me atreví a sugerir.
"-Amigo mío, el precio es muy alto, pero está al alcance de cualquiera..."
"-No comprendo..."
"-¡Ay, amigo, a veces, el dinero no es lo que cuenta...!"
"-Sigo sin comprender..."
"-Para contemplar a la mujer amada, a la mujer ideal, no hay que pagar con dinero, sino con tiempo..."
Ante mi expresión de asombro e incertidumbre, el compañero que tenía enfrente, tras una lenta libación de su copa de vino aromatizado con especias, me aclaró, que, efectivamente, se pagaba con tiempo, pero del que aún restaba por vivir...
Me puse pálido al oír aquello.
O sea, que si "pagabas" con diez minutos de tu vida, esos diez minutos, ya no los recuperarías nunca. Y si que tenías vivir noventa años, pues los vivirías, menos diez minutos..., o lo que
hubieras derrochado...
"-Lo peor del caso, dijo mi paciente informador, es que nuestro compañero estaba pofundamente enamorado de la mujer que contemplaba en el espejo, o que, salía de él, para entregar sus encantos al visitante... Y, así, ha consumido su vida..."
"-La primera vez es gratis...", aseguró el que estaba a mi derecha, con una risilla forzada...
"-Puedes probar...", aventuró uno, que llevaba fama de ser muy guasón...
Esa noche, no pude dormir.
Pensaba en esa mujer indescriptible, tallada en viento, nubes, soles y lunas, con el cincel de la imaginación... Y en la posibilidad de contemplarla... De amarla y ser amado por ella...
Mi estancia en H., tocaba a su fin...
Y regresé a mi país, a mi casa...
Regresé, eso sí, envuelto en un océano de confusiones...
Nuevamente viajé al extranjero, y conocí otras ciudades..., e hice más amigos y me enamoré, o eso creí, de más de una compañera de estudios...
Una vez, pasé por H.
El tren se detuvo allí.
Tentado estuve de apearme, tomar mi equipaje y descender al andén a toda prisa, pero, una fuerza misteriosa me lo impidió, me retuvo en mi asiento, y vi cómo la ciudad iba quedando atrás..."
El Filósofo ha concluído su relato...
El Coco, pensativo, lo contempla en silencio...
De vez en cuando, alguno de los animales, se remueve, inquieto.
Ya es de noche, ya es muy tarde...
Quizá llegue el sueño muy pronto...
Y en los sueños, todo es posible...
"-Vivimos igual que soñamos...", dice el filósofo, mientras se dispone a pasar la noche en su lecho de hierbas olorosas.
"-Solos...", responde el Coco, medio oculto tras un tomo de buen tamaño...

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