viernes, 8 de octubre de 2021

Siempre llega el otoño...

 







Parece que nunca se van a ir

los días ardientes y terribles del verano.

Pero el otoño se desliza

como una pequeña y sutil corriente de agua,

transparente, silenciosa.

Un delgado manto líquido

sobre las rocas planas, 

desgastadas y lisas.

Una mañana de domingo,

amaneció con niebla.

No era una niebla invernal, afilada y fría.

El sol asomaba tras una tapia blanca,

que en ese instante fue gris.

Un disco pálido, soñoliento, quizás cansado.

O era yo quien estaba cansado, cuando el reloj,

siempre hay un reloj en una torre,

aún no había dado las ocho. 

Iba a cruzar la carretera y me detuve un momento.

Hacia el este, la niebla era espesa.

Hacia el oeste, todavía más.

Crucé, deprisa, por si acaso,

y en el otro lado encontré una pequeña culebra,

totalmente inofensiva.

Acerqué los dedos con cuidado, apenas se movió.

Su tacto era suave. Luego, tras una última mirada,

seguí adelante. No volví a verla.

Ahora ya es otoño. De vez en cuando,

recorro algún camino. Y el silencio me rodea.

Es una espiral imprecisa, que no sé si se abre,

como los brazos de una galaxia,

o se contrae, queriendo encerrarme en su misterio.

La tarde y los caminos. Las nubes,

telón de fondo del paisaje,

permanecen quietas, estáticas. 

Y siento que es la hora de volver.















(Archivo: cuevadelcoco.

Imagen: mirarlookcuevadelcoco).


















































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