Ha llegado de muy lejos...
Es un artista viajero...
Y, esta noche, duerme en la cueva del Coco.
-¿Te quedarás unos días...?, le pregunta el Coco.
-No lo sé... Depende de que tenga un poco de paz..., responde el viajero.
-¿Todavía huyes...?
-Sí, no puedo dejar de huir...
-Y..., ¿nunca descansas...?, se atreve a preguntar el Coco.
-Los fantasmas no me dan tregua... A veces, llego a una ciudad, pinto y dibujo, entro en un restaurante y saboreo los platos típicos... Me hospedo en..., bueno..., en algún hotel u hostal, que me parecen acogedores... Y consigo dormir una, dos, e incluso tres noches... Pero los fantasmas me encuentran, y ya no tengo paz... Sé que he de irme... ¿Dónde...? Tampoco lo sé...
-Espero que aquí, tengas un tiempo de calma...
-Gracias, Coco, yo también lo espero...
-¿Hace ya mucho tiempo...?
-Sí, Coco, los fantasmas me persiguen desde hace... ¡Yo qué sé! Al principio, me cambiaba de casa, y tenía meses de tranquilidad, de sosiego... Un año entero estuve libre de ellos... Pero volvieron... Comprendí que no podía estar cambiando de casa con tanta frecuencia... Y decidí cerrar la última puerta del lugar que habité..., tomé mis herramientas de trabajo, y comencé a viajar... ¡He recorrido el mundo...! Y los fantasmas, detrás de mí, siempre detrás... Una noche, en medio de un invierno, lluvioso y desapacible, llegué a una pequeña ciudad... Tomé una habitación y cené en el pequeño comedor del mismo hostal... Pero..., los fantasmas me estaban esperando...
Salí a la calle... LLovía... Encontré un templo abierto..., un templo oscuro, donde sólo brillaba una débil luz junto al altar... Me senté en un banco, y sentí que los fantasmas me habían abandonado... Allí pasé la noche, recostado en un banco, hasta que las luces del nuevo día me despertaron...
-¿Es que los fantasmas son malos...?, pregunta el Coco.
-No, simplemente, no se apartan de mí... No dicen nada, pero los veo a mi lado, me miran, en silencio, y, entonces, me pongo muy triste... Y tengo que seguir mi viaje...
-¿Has hablado con ellos...?
-Sí... Pero cuando les hablo, cuando intento convencerlos de que me dejen tranquilo, es como si mi voz, mis palabras, fueran barridas por el viento... Alguna vez, he intentado dibujarlos, pero luego, sólo encuentro hojas en blanco...
-¡Qué extraño...!, dice el Coco.
-Sí... En verdad que sí...
-Intenta descansar... Te he preparado un lugar con olor a heno seco... Puede que te ayude...
-Gracias, Coco...
Y los dos, el Coco y al artista viajero, se dispusieron a pasar una noche apacible, mientras caía una suave lluvia sobre la montaña, que, seguramente, se tornaría en nevada...
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