Una fría mañana de principios de diciembre, el Coco, antes de que amaneciera, se dirigió al bosque, que no está lejos de su cueva. En su vivienda de la montaña, se quedaron los dos zorros, que apenas si abrieron un ojo entre los dos, para saber qué estaba ocurriendo. El pájaro oscuro,
con la cabeza bajo el ala, no se dio por enterado, y, el milano, en su cesto de la oquedad de una de las paredes, fue el único que tenía los dos ojos abiertos, y emitió un sonido, quedo, breve, a modo de saludo.
Tomó el Coco la ruta del bosque, y llegó a él cuando ya los rayos del sol de invierno, tímidos y
perezosos, comenzaban a rozar las puntas de los abetos más altos.
El Coco, buen conocedor del bosque, sabía bien qué senderos debía de tomar y cuáles no. Porque, ese bosque, tiene algo de mágico. Hay sendas que llevan a mismo sitio una y otra vez, sendas que desorientan y, al final, el caminante, tiene que suplicar al intrincado laberinto de añosos árboles, que le permita salir, prometiendo una y mil veces que jamás volverá a intentarlo. Sendas, interrumpidas de pronto por una gran roca, o un grupo de gruesos troncos entrelazados, que la vez anterior, "no estaban allí"..., y siempre, siempre dificultades para llegar a lo más profundo.
Pero el Coco, a quien le gustaba escuchar el crujido de la hojas de los robles bajo sus pies, avanzaba en silencio, seguro de sí mismo, recogiendo cualquier susurro del viento entre las ramas, el grito de un ave nocturna que regresa, la carrera apresurada de algún habitante de cuatro patas, que se refugia en su cálida guarida...
Y los tonos cambiantes de la espesura, conforme el día va ganando, muy lentamente, espacios a la noche...
Y el Coco llegó a un claro, cerca de la cima de la montaña, y se detuvo un instante, para contemplar a doce personajes, que, sentados sobre el mullido musgo, parecían meditar, en silencio y muy abstraídos, sobre..., cualquiera sabe qué...
El Coco se aproximó, y con profundo respeto, se inclinó ante ellos, al tiempo que los saludaba de manera amable y cortés...
"-Buenos días, venerables... ¿Me permitís el placer de vuestra compañía, aunque sólo sea por unos instantes...?"
El más anciano, de largas barbas y manos arrugadas como sarmientos, le indicó, con un ademán, que se acercara, y le señaló un lugar, entre ellos, donde podía acomodarse...
"-Gracias, venerables...", dijo el Coco, y se sentó en una piedra plana, tapizada de un musgo muy verde y oloroso...
"-Creíamos que ya no vendrías...", dijo uno de ellos, que, mordisqueando una roja manzana, sin duda muy sabrosa..., extrajo otra de una bolsa y se la ofreció al Coco...
"-¡Oh, muchas gracias, Hermano Septiembre, la guardaré para un amigo, que se deleitará con ella...!", respondió el Coco, "-Y sí que pensaba venir..., como todos los años..."
"-¿Qué quieres saber, sobre el Nuevo Año...?", le preguntó el Hermano Diciembre.
"-Oh, yo... sólo deseo saber si este Nuevo Año seguiré teniendo los mismos amigos..., y acaso alguno más..."
"-No perderás, de momento, a ninguno de tus amigos, y tendrás otros nuevos, aunque el Filósofo está muy abatido últimamente... Pero no lo perderás..., todavía...", vaticinó el Hermano Febrero, que, aunque era el mes más encorto, era el de mayor estatura de todos ellos...
"-Que tus amigos se cuiden de las heladas... No estoy de muy buen humor, y he convocado a todas las nieves y vientos, hielos y carámbanos, para este invierno..."
Asintió el Coco a lo que le anunció el Hermano Enero, que, efectivamente, no estaba de muy buen humor...
"-Vamos, vamos, Hermano Enero, que este año, la primavera será muy brillante...", comentó el Hermano Marzo, a cuyos pies crecían unas tímidas violetas...
"-¡Hmmmmmm...!", gruñó Enero...
Abril, apoyado en la empuñadura de su paraguas, Mayo, que se sacudía los pétalos de su vestimenta, muy perfumada con fragancias del campo, y Junio, que saboreaba unas deliciosas cerezas, cuyas semillas guardaba en su alforja, se rieron, sin poder evitarlo, de su mal carácter...
"-Claro, vosotros lo tenéis muy fácil... Y hasta los poetas os cantan... Pero, lo que es a mí, nada de nada... Y todo el mundo me pone mala fama..."
"-Hermanos, hermanos, un poco de seriedad... ¿Qué va a decir nuestro amigo...?", repuso el Hermano Julio..., que jugaba a los dados con el Hermano Agosto...
"-Hara mucho calor este verano, amigo Coco...", anunciaron los dos, a un tiempo, "... pero te enviaremos cada atardecer unas brisas de las montañas para que te repongas de los ardores del día..."
"-¡Qué bien!", se alegró el Coco, "...me sentaré a leer a la entrada de la cueva, y os recordaré con gratitud..."
"-¿Será bonito el otoño, Hermano Octubre...?, se atrevió a preguntar el Coco...
"-¡Oh, ya lo creo, un otoño espléndido...! Tengo amarillos, naranjas y ocres en cantidad... Y pienso gastarlos todos..."
"¡Gracias, Hermano Octubre...!", exclamó el Coco, "...mi amigo el pintor trabajará mucho en sus nuevos cuadros, gracias a ti..."
El Hermano Noviembre, con expresión triste, contemplaba la lejanía...
"-¿Qué le ocurre al Hermano Noviembre...?", se atrevió a preguntar el Coco...
"-Lo de siempre, amigo, lo de siempre... Tiene la cabeza llena de nubarrones... Y no hace más que cantar esas canciones tan melancólicas que él mismo compone... A veces, le regalamos algún que otro día de sol, para que se anime... Aunque nunca cambiará...", comentó el venerable Diciembre...
"-Y, por cierto... ¿qué quieres para tí, pequeño Coco...?"
"¿Para mí, venerable Diciembre...? Nada..."
"¿Nada..., de nada...?", dijo el Hermano Diciembre, un tanto sorprendido.., "...entonces, ¿para qué has venido a vernos...?"
"Sólo quería saludaros...Como hago todos los años... Y ahora, creo que debiera regresar... Mis amigos me echarán de menos..."
"-Espera, espera... El hermano Septiembre tiene algo para tí... ¿No es cierto, hermano Septiembre...?"
"Cierto es, venerable Diciembre..." Y entregó al Coco una bolsa... "-Para tus amigos..."
Cargó el Coco con la bolsa, y dijo: "-Muchas gracias, venerables hermanos..., pero... ¿volveremos a vernos...?"
"-De tí depende, sólo de tí...", aseguró el venerable Diciembre...
"-Pues...¡hasta el año que viene!"...
"-¡Que así sea...", dijeron a la vez los Doce Meses...
Y el Coco, asintiendo, tomó la senda de regreso, y aún se volvió una vez, para saludarlos con la mano, aunque le parecieron mas irreales que nunca... O tal vez era el sol de la mañana, que los envolvía con su luz, limpia y acogedora...
O tal vez...
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