Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Dickens fue el primer novelista inglés que hubo en el siglo XIX.
Dotado de una magnífica inventiva, y de un impecable estilo, poseía dotes de observación nada comunes, que le permitían sorprender, con escrupulosa exactitud, el especial modo de ser de sus compatriotas, a los que, muchas veces, caricaturizaba en sus libros, atacando, por medio del rdículo, todos sus defectos.
Aunque, estas condiciones, suficientes para asegurar la fama de un escritor, estaban empequeñecidas por otra cualidad, más noble y más elevada, que contribuyó a conquistarle la celebridad de que goza en todo el mundo.
Dickens, fue el escritor más humano, o, si se prefiere, más amigo del género humano, que haya podido existir, y, todas sus obras, aunque revestidas a veces de cómica envoltura, contienen un nobilísimo fondo.
Porque ensalzan todas las virtudes, entre ellas, el amor a la humanidad, a la familia y al país...
Es por ello que su prosa hace asomar las lágrimas a los ojos, aunque aparentemente, su estilo nos dé la impresión de ingenuidad y frivolidad...
Hijo de una humildísima familia, hubo de trabajar durante su infancia para ayudar económicamente a sus padres. Fue betunero, ganando un mísero sueldo; para prestar luego sus servicios como taquígrafo en el despacho de un notario. También ejerció de taquígrafo en importantes periódicos, y así fue cómo comenzó a publicar algunos estudios de costumbres de la vida inglesa, que, unificados en un libro, decidieron su porvenir.
Desde entonces, Charles Dickens, se dedicó por completo a la literatura.
Murió en 1870, y está enterrado en la Abadía de Westminster.
Su memoria perdura, pues sus obras siguen deleitando a todo el mundo. Obras, que son su mejor legado, el genial legado de un hombre bueno, decidido protector de la humanidad doliente.
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