En el jardín dormido se estremece
la herida que creyera ya cerrada.
Las sendas silenciosas son morada
de un recuerdo dorado que se mece
entre las suaves frondas y aparece
como el cortante filo de la nada.
Ya sangra mi doliente llaga helada
y desgarra la noche y no decrece.
Sigo el camino turbio de la vida
buscando una esperanza en la mañana.
El sol, recién nacido, no se olvida,
filtrándose a través de la ventana,
de reanudar el pulso de mi herida,
la grieta de una vieja porcelana.
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