Pues sí...
Las personas y los vinos tienen algunas cosas en común...
Normalmente, los vinos ganan en calidad con los años.
Algunos, dormidos en la paz de las bodegas, aseguran un aroma y un sabor gratificantes, y todo se debe al paso del tiempo.
Con las personas pasa igual.
Al cabo de los años se conoce a mucha gente, se hacen amigos, que permanecen o desaparecen, y al final se llega a la conclusión de que el tiempo actúa en unos, dulcificándoles, dotándolos de tolerancia y comprensión, de esa capacidad para hacer que nos sintamos bien, para estar con nosotros en los momentos difíciles y en los instantes alegres.
Otros, y otras, sin embargo, se vuelven agrios y difíciles, intratables, se creen poseedores de la razón y la verdad en todo momento, no es posible hablar con ellos en confianza, y siempre hay que ir con ese cuidado de no meter la pata para que no se ofendan y salten como gatos rabiosos.
¡Es una pena!
He conocido a personas cuyo trato ha sido una delicia, siempre gratificantes, siempre con la sonrisa en los labios, siempre con una palabra o un gesto amables.
Otros, sin embargo, todo lo contrario. Cada vez más secos, más adustos, más encerrados en sí mismos. Es como si se les secara el alma.
Y es que hay quien no aprende las lecciones de la vida.
Creo, de verdad lo creo, que lo mejor que podemos dejar de nosotros mismos, es una huella de bondad, de humanidad, de simpatía...
Todo lo demás no vale nada.
jueves, 10 de julio de 2008
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