Al abrir la agenda de teléfonos, descubro que hay números a los que ya es inútil llamar. Son amigos, familiares, conocidos, que han partido, y que ya habitan en un mundo donde el tiempo no existe.
Y siento una indefinible tristeza.
Porque ya no escucharé su voz.
Su nombre y su número siguen en la agenda, no los he borrado, porque es una forma de recordarlos.
Pero me siento triste, no puedo evitarlo.
Evoco los momentos que pasamos juntos, los momentos compartidos, la grata presencia.
Y me consuela un poco saber que aún viven un poco allí, entre esas páginas desgastadas por el uso, donde hay anotaciones, y nombres y números...
Por eso no he cambiado esa agenda de tapas despegadas, que lleva años junto al teléfono...
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