"¡...cuánto me agradaba perderme por los caminos en las tardes de invierno...! Tenía quince años, quince tiernos e inocentes años... Pero ya sentía la necesidad de meditar fuera del
alcance de la gente... Tomaba un camino, un viejo y seguro camino, y me sumía en mis pesamientos... A veces, en una pequeña libreta, anotaba algo, porque la memoria es inscontante, y se corre el riesgo de perder ese momento de luz, ese brillo que puede desvanecerse...
Y seguía caminando... Anochecía pronto, y, a mi regreso, me paraba a contemplar las luces de mi pequeña y querida ciudad... Sabía que en casa me estaban esperando para la cena... La sopa caliente, la tortilla y algún postre sorpresa, como un delicioso flan, tan azucarado como tembloroso...
Y luego, mi tiempo de lectura... La radio emitía los consabidos programas..., a los que yo era ajeno, pues un libro llegaba a absorberme por completo... Y, por fin, el descanso...
Ese maravilloso sueño de mi adolescencia y juventud, ese sueño reparador y gratificante... Y la seguridad de una familia... ¡Qué tiempos...! Todo se desvanece... En ocasiones, le cuento al Coco las pequeñas historias de aquellos años... Me escucha con atención, por si acaso puede extraer un atisbo de recuerdo de su memoria perdida... Y me pregunta por detalles... Y por menudencias... Yo comprendo que intenta recordar... Quizá algún día yo sea como él... Y, como él, no tenga memoria... Por eso, le cuento todo, hasta lo más insignificante... Y así, pasan las horas, y se apaga el fuego dela chimenea... Siento sueño... Antes de dormir, contemplo al Coco, que ha cerrado los ojos... ¿Soñará...? ¡Quién sabe...!"
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