Raquel me ha contado que se va a Argentina dentro de unos días...
¡Visitarás la calle "Caminito" en cuanto llegues a Buenos Aires...!, le digo yo...
¡Pues claro...No faltaría más...!
Y me ha entrado la vena nostálgica...
Y es que el día de Navidad, después de la comida, bailaba ese tango con mi madre...
O mejor, lo bailaba ella conmigo... Con la misma gracia que si tuviera veinte años...
Y yo, me dejaba llevar...
¡Cómo ha pasado el tiempo...!
Fue un día de Navidad cuando la acompañamos a dormir el sueño definitivo...
No hubo tangos, aunque a ella le hubieran gustado...
Sólo la voz solemne del sacerdote, y el silencio de todos los que allí le hacíamos compañía por última vez...
¡Ay, los tangos...!
Siempre han sido mi debilidad...
Y es que un tango bien cantado llega a lo más íntimo del pensamiento, y conmueve y trastoca nuestras fibras sensibles, las mías por lo menos...
Habré oído conciertos hasta la saciedad, estaré empapado de música clásica, pero un tango tiene la virtud de hacer que me olvide de todo y me deje atrapar por su mensaje, por esa filosofía amarga, un tanto estoica, un mucho desesperanzada, que vierte en la sangre de quien lo escucha..., o mejor, de quien lo siente, porque un tango noi se oye, se vive...
A veces, cierro los ojos, y evoco la imagen de mi madre, sentada junto al ventanal, tarareando suavemente: "Caminito que el tiempo ha borrado..."
Puede que los tangos reflejen la realidad de la vida mejor que ninguna otra música...
Puede que sí...
Por eso nos conmueven...
domingo, 15 de noviembre de 2009
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