"Aquella noche del 20 de marzo, saliste a pasear bajo la luz fresca y brillante del primer cuarto creciente...
¿Qué conmovía tu espíritu, para que, dejando la cálida atmósfera de tu salón familiar, te aventuraras por los cercanos caminos, hasta llegar a los campos de almendros?
Sé que tuviste un sueño...
Tu cuerpo, cimbreante como un junco tierno, danzaba, de forma insinuante, en una noche iluminada por miríadas de estrellas...
Y los dormidos almendros, comenzaron a abrir sus tiernos pétalos, en honor a ti...
Y los dormidos almendros, comenzaron a abrir sus tiernos pétalos, en honor a ti...
De constelaciones lejanas, se desprendieron diminutos cristales, que se posaron suavemente en las recién despiertas corolas...
Y de todas ellas, emananaba una dulce melodía, con sabor a ruiseñores, a zumbidos de abejas, al murmullo de las pequeñas ondas, que iban a deshacerse en una playa tranquila, para resurgir de nuevo...
¿Quién te contemplaba, desde distancias imposible...?
¿Quién te amaba, hasta el punto de deshacer por una noche, buena parte de la armonía del universo...?
¿Era ese espíritu ingrávido, insomne y transparente, que, a veces, se acercaba a tu ventana, para elaborar fantasías cerca de tu rostro...?
A la mañana siguiente, cuando aún no habías despertado, extraños seres, se deslizaban por las cercanas sendas...
Pero se evaporaron con los primeros rayos de sol del nuevo día..."
(Archivo: cuevadelcoco
Texto/Ilustraciones: E. Pérez Tudela).
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