El caso de mi tía abuela J.
Mi tía abuela J., que vivió traspasando la barrera de los noventa y cinco años, dormía en una alcoba, donde había un armario ropero, muy antiguo, de esos con el espejo o "luna", en la puerta,
pero no dentro del mismo, sino fuera.
Un enorme espejo, en verdad...
Es fama, entre la familia y cuantos la conocieron, que llevaba "muriéndose" desde los cuarenta años. El caso es que enterró a hermanos más jóvenes que ella, a sobrinos, yernos, nietos, cuñados y cuñadas, y, en fin, sobrevivió a quienes menos podíamos imaginar...
El caso es que el dichoso espejo le impedía conciliar el sueño.
"¿Ha dormido bien, mamá...?", le preguntaba solícita su hija mayor, que cuidó de ella durante los últimos años de su vida.
"¡Ay, no, hija mía...! He dormido muy mal..."
"Y, ¿por qué, mamá...? ¿Se ha encontrado mal...? ¿Le ha dolido algo durante la noche...?"
"No, no, hija mía, es que el espejo no se estaba quieto..."
Su hija, pensando, acaso, que eran indicios de cierta demencia senil, no hacía mucho caso.
"Vamos, mamá, que los espejos no se mueven..."
"¡Este sí, hija mía, este sí... No paro de ver sombras que pasan, figuras que se asoman, y luces que no se están quietas... Además, el espejo "cambia" de sitio... Tan pronto está en su lugar, como a los pies de la cama, como junto a la puerta, o en el hueco del balcón..."
Se llamó al médico, que le recetó unas pastillas para que pudiera conciliar el sueño, y que no surtieron el menor efecto.
Un nieto suyo, enterado del caso, se presentó una tarde con un rollo de grueso papel, y lo pegó con cinta adhesiva y chinchetas a la madera del armario.
Y desde entonces, mi tía abuela J., pudo dormir tranquila.
¿Alucinaciones...?
¿Demencia senil...?
Serían explicaciones dentro de una lógica demasado trillada...
El caso es que "algo" turbaba el sueño de la respetable anciana...
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