La llamábamos la torre del reloj...
Mi tío Gregorio subía una vez por semana a "darle de comer", como él decía...
Día y noche daba las horas, las medias y los cuartos...
En las noches de invierno, cuando sus campanadas invadían el silencio, entre sueños, era
como un viejo amigo que nos hacía sentirnos menos solos...
Tomé esta fotografía unos días antes de que lo desmontaran...
Intuición,,,, pura casualidad...
¡Quién sabe..!
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