Cercanías de Arguís.
Este domingo, muy de mañana, el Filósofo
ha emprendido el camino hasta la cueva donde habita el Coco.
No estaba el tiempo muy seguro,
así que se ha pertrechado bien,
en previsión de los cambios de tiempo.
Sus dos grandes perros,
que ya se lo barruntaban,
han estado inquietos durante la noche.
Y cuando sólo se vislumbraba una débil luz en el horizonte,
ha emprendido la subida hasta la cueva.
El gato, en su cesta, bien arropado,
apenas ha salido de su sueño,
para volver a sumirse en el dulce sopor,
acunado por el suave balanceo.
En la lejanía, por el este,
la luz se va tornando más precisa.
Pronto comenzará el amanecer,
y los primeros rayos de sol,
acariciarán las cumbres.
El Filósofo se detiene un momento a contemplar el valle.
Unos jirones de niebla, se enredan en la chopera,
allá abajo, lejos ya.
Los dos perros, van y vienen, juegan,
se persiguen, desaparecen entre los matorrales,
húmedos de rocío.
Incansables.
El camino exige más esfuerzo cada vez.
El Filósofo sabe que algún día,
no demasiado lejano,
ya no podrá visitar a su amigo el Coco.
"...cuando sepa que vaya a quedarme sin fuerzas,
subiré a la cueva, y no volveré al llano..."
Sombrío pensamiento,
que se disipa cuando siente el sol en su rostro.
Aún recuerda cada trecho de la senda.
Alguna roca se ha desprendido,
arrastrada por la fuerza de las nieves.
Ah, el invierno...!
Oscuridad, frío y silencio.
Y soledad...
Bien podría viajar, recorrer el mundo de nuevo,
aventurarse por las relucientes avenidas
de las hermosas ciudades donde vivió hace años.
Piensa en sus amigos.
Y en las mujeres que amó y lo amaron.
Y tararea por lo bajo:
"Vooolveeeeeerrr...!"
Ese rango que habla de regresos y decepciones,
que lamenta el paso del tiempo,
"...que no ha de volver..."
Suspira y sigue adelante.
El sol extiende sus luces por el llano.
Despertará la gente de su pueblo vecino.
Tañidos de campanas.
Alegría de un día festivo.
La cueva del Coco está cerca!
Y, al final, lo contempla, esperándole,
con una jarra de agua del manantial,
que brota allí mismo.
Los dos sonríen.
Serán horas gratas, amenas,
de largas conversaciones y silencios también largos.
Bebe el agua que le ofrece el Coco.
Ese agua única,
que parece tener, aunque en menor medida,
algunas de las propiedades del caudal del río Leteo.
Todo es paz.
Los perros, han buscado una sombra.
El gato, que siente la soleada caricia sobre su piel,
se despereza y maulla quedamente.
Y se tiende en su cesta,
para seguir gozando del sol,
que tanto le gusta.
El Coco y el Filósofo,
sentados a la entrada de la cueva,
contemplan una nubecilla,
tenue, delicada,
que pasa sobre ellos, y lentamente se aleja.
El Coco y el Filósofo están juntos de nuevo.
(Archivo: cuevadelcoco.
Imagen: mirarlook/cuevadelcoco).