Carlos Gardel.
Luisa, nuestra vecina de rellano,
era pequeña y frágil.
Un poco encorvada,
y siempre vestida con discreta elegancia,
por algo era modista.
Cantaba de la mañana a la noche...
Un pajarillo indefenso,
a quien, en las horas de asueto,
fuera del oscuro caserón del colegio,
me gustaba escuchar...
Cantaba muy bien,
con una voz
agradablemente modulada,
potente incluso,
que, a veces,
nos parecía imposible
que fuera de ella...
Cuando cantaba tangos,
se hacia el silencio...
Ponía el alma en ellos...
Y, siempre,
me encogían el corazón...
Esos tangos tristes,
que hablaban
de amargos regresos,
de retornos teñidos de derrota...
"Volver", "Caminito", "Arrabal amargo",
""Adiós, muchachos", "La cumparsita",
"El día que me quieras", "Mi Buenos Aires querido",
"Melodía de arrabal", "Bandoneón arrabalero"...
!Creo que se los sabia todos...!
Y yo, que llevaba oyéndolos,
desde mis cinco o seis años,
jamás he podido olvidarlos...
Cierto día,
(yo era ya un estudiante
del segundo tramo, no curso, de Bachiller),
me atreví a preguntarle
el por qué
de la tristeza de los tangos...
Me miró a los ojos un momento,
y contemplé tanta desolación,
tantas cosas perdidas,
tanta soledad...,
que, cuando bajó la vista,
para continuar con su labor de costura,
sin haberme dado una respuesta,
lo comprendí todo...
Y, sólo pude decirle,
tímidamente,
"¡gracias...!"
Me sonrió entonces,
con dulzura...,
y siguió cantando...
"!Volveeeeeer,
con el alma marchita,
las nieves del tiempo,
platearon mi sien...!"
Unos años después,
desocupó su piso,
para irse a vivir con su hermana...
Me regaló una nutrida colección
de marcos dorados,
plateados,
metálicos,
de madera...,
pues sólo se llevó consigo,
los dibujos y pinturas
que hubo en ellos
durante muchísimos años...
Pasado el tiempo,
supe que había fallecido...
El frágil pajarillo
dejó de cantar...
Y, en ocasiones,
me vienen a la memoria,
aquellas letras tristes,
desesperanzadas,
que decían adiós
a un tiempo ya perdido...
(Archivo: cuevadelcoco).
era pequeña y frágil.
Un poco encorvada,
y siempre vestida con discreta elegancia,
por algo era modista.
Cantaba de la mañana a la noche...
Un pajarillo indefenso,
a quien, en las horas de asueto,
fuera del oscuro caserón del colegio,
me gustaba escuchar...
Cantaba muy bien,
con una voz
agradablemente modulada,
potente incluso,
que, a veces,
nos parecía imposible
que fuera de ella...
Cuando cantaba tangos,
se hacia el silencio...
Ponía el alma en ellos...
Y, siempre,
me encogían el corazón...
Esos tangos tristes,
que hablaban
de amargos regresos,
de retornos teñidos de derrota...
"Volver", "Caminito", "Arrabal amargo",
""Adiós, muchachos", "La cumparsita",
"El día que me quieras", "Mi Buenos Aires querido",
"Melodía de arrabal", "Bandoneón arrabalero"...
!Creo que se los sabia todos...!
Y yo, que llevaba oyéndolos,
desde mis cinco o seis años,
jamás he podido olvidarlos...
Cierto día,
(yo era ya un estudiante
del segundo tramo, no curso, de Bachiller),
me atreví a preguntarle
el por qué
de la tristeza de los tangos...
Me miró a los ojos un momento,
y contemplé tanta desolación,
tantas cosas perdidas,
tanta soledad...,
que, cuando bajó la vista,
para continuar con su labor de costura,
sin haberme dado una respuesta,
lo comprendí todo...
Y, sólo pude decirle,
tímidamente,
"¡gracias...!"
Me sonrió entonces,
con dulzura...,
y siguió cantando...
"!Volveeeeeer,
con el alma marchita,
las nieves del tiempo,
platearon mi sien...!"
Unos años después,
desocupó su piso,
para irse a vivir con su hermana...
Me regaló una nutrida colección
de marcos dorados,
plateados,
metálicos,
de madera...,
pues sólo se llevó consigo,
los dibujos y pinturas
que hubo en ellos
durante muchísimos años...
Pasado el tiempo,
supe que había fallecido...
El frágil pajarillo
dejó de cantar...
Y, en ocasiones,
me vienen a la memoria,
aquellas letras tristes,
desesperanzadas,
que decían adiós
a un tiempo ya perdido...
(Archivo: cuevadelcoco).
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