Mi primer reloj.
Había aprobado el examen de Ingreso
en el Bachillerato,
con tan suficiente buena nota
como para que mi abuela
me regalase un reloj de pulsera.
A finales de junio,
me llevó a la óptica-relojería
de mi tío y padrino Gregorio,
y allí, elegimos un reloj,
entre los distintos modelos
que tenía expuestos
en el reluciente escaparate.
Al principio,
no podía apartar la vista de él.
Con el segundero,
cronometraba cualquier cosa...
La caída de una pluma,
desde la terraza al patio interior,
el tiempo que tardaba en acudir
nuestra gata negra,
al oír mi llamada,
el paso de una nube,
hasta que se perdía de vista...
Luego, me acostumbré a llevarlo,
y ya, sólo lo utilizaba
para consultar la hora,
o darle cuerda...
¡Cómo me gustaba
escuchar su tic-tac,
cuando me lo acercaba al oído!
Cada noche,
antes de acostarme,
lo dejaba en su estuche.
!Fue mi primer objeto
de cierto valor...!
Yo, no sabía lo que era el tiempo...
Los días sucedían a los días...
Y, el verano, avanzaba incesante...
¡El tiempo...!
Esa dimensión
que nos va segando la vida,
que, por una parte,
nos llena la mente
de recuerdos y vivencias,
y, por otra,
se lleva lo que amamos,
diluye los rostros
que nos fueron familiares,
y nos crea un laberinto,
donde, al final,
nos hallamos perdidos...
Pero yo, feliz con mi pequeño
y sencillo reloj,
"de carga mecánica",
como se dice ahora,
vivía ajeno
a lo que no fueran
lecturas y juegos infantiles...
¡Todavía estaba lejos
de tomar ese camino irreversible,
que conduce al fin de la infancia...!
(Archivo: cuevadelcoco).
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