"El regreso del hijo pródigo".
Leonello Espada.
Bolonia, 1576 -
Parma, 17 de mayo de 1622.
Los viajes, siempre tienen algo de inquieto,
de imprevisible...
Los viajes, y cuanto más lejos vamos,
siempre están teñidos de aventura...
Por eso, siempre se desea lo mejor a quien parte...
Y, sobre todo, la frase más intensa:
¡Que vuelvas bien!
Hace años ya, tuve que hacer un largo viaje...
Salí de mi casa, que estaba en silencio,
y me encamine a la estación...
Aún no había amanecido...
Ni siquiera se atisbaban las luces del alba...
En la estación de ferrocarril,
caras de sueño y de cierto fastidio...
¡No es humano madrugar...!
Por mucho que nos ensalcen las virtudes de ser madrugador...
Subí al tren, y me acomode en mi asiento...
No había demasiado revuelo a esas horas...
Porque, parte de nosotros, seguía aún,
en el lecho, acogedor y tibio...
Apenas recuerdo aquél sucederse de estaciones...
Cuando terminé mi gestión, mi única idea,
consistía en regresar cuanto antes...
Partir, tiene mucho de incómodo, y algo de doloroso...
¡Dejamos atrás tantas cosas...!
Mientras meditaba sobre idas y venidas,
me dormí profundamente,
a pesar de los consejos de mi madre...
¡No te duermas en los trenes, que no sabes con quién vas!
Regresé, felizmente, y me sentí como quien recupera,
no sólo el lugar donde se vive,
sino la propia identidad...
El contacto inmediato con lo familiar, dentro y fuera de casa...
Las calles, los jardines, los templos, los amigos...,
las viejas sendas donde perderse pensando...
Somos, en cierto modo, como el bíblico hijo pródigo...
Pero..., ¡hemos cambiado tanto...!
Aquella cohesión social de mi pequeña ciudad,
no existe en la urbe donde habito ahora...
Sumido en el anonimato,
a nadie le importa si voy cerca o lejos...
¡Porque todo el mundo viaja...!
"Y cuando llegue el día, del último viaje,
y esté al partir la nave, que nunca ha de tornar...",
sólo unos pocos, muy pocos, sentirán mi ausencia,
la más dolorosa de todas...
Aun así, ¿quién sabe...?
(Archivo: cuevadelcoco).
de imprevisible...
Los viajes, y cuanto más lejos vamos,
siempre están teñidos de aventura...
Por eso, siempre se desea lo mejor a quien parte...
Y, sobre todo, la frase más intensa:
¡Que vuelvas bien!
Hace años ya, tuve que hacer un largo viaje...
Salí de mi casa, que estaba en silencio,
y me encamine a la estación...
Aún no había amanecido...
Ni siquiera se atisbaban las luces del alba...
En la estación de ferrocarril,
caras de sueño y de cierto fastidio...
¡No es humano madrugar...!
Por mucho que nos ensalcen las virtudes de ser madrugador...
Subí al tren, y me acomode en mi asiento...
No había demasiado revuelo a esas horas...
Porque, parte de nosotros, seguía aún,
en el lecho, acogedor y tibio...
Apenas recuerdo aquél sucederse de estaciones...
Cuando terminé mi gestión, mi única idea,
consistía en regresar cuanto antes...
Partir, tiene mucho de incómodo, y algo de doloroso...
¡Dejamos atrás tantas cosas...!
Mientras meditaba sobre idas y venidas,
me dormí profundamente,
a pesar de los consejos de mi madre...
¡No te duermas en los trenes, que no sabes con quién vas!
Regresé, felizmente, y me sentí como quien recupera,
no sólo el lugar donde se vive,
sino la propia identidad...
El contacto inmediato con lo familiar, dentro y fuera de casa...
Las calles, los jardines, los templos, los amigos...,
las viejas sendas donde perderse pensando...
Somos, en cierto modo, como el bíblico hijo pródigo...
Pero..., ¡hemos cambiado tanto...!
Aquella cohesión social de mi pequeña ciudad,
no existe en la urbe donde habito ahora...
Sumido en el anonimato,
a nadie le importa si voy cerca o lejos...
¡Porque todo el mundo viaja...!
"Y cuando llegue el día, del último viaje,
y esté al partir la nave, que nunca ha de tornar...",
sólo unos pocos, muy pocos, sentirán mi ausencia,
la más dolorosa de todas...
Aun así, ¿quién sabe...?
(Archivo: cuevadelcoco).
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