"Sueño hallado entre dos lunas".
Técnica mixta.
"El Sueño, apareció una noche, a finales de septiembre. Estuvo esperando el momento, en el que yo abandonara el estado de duermevela, y caer en un sueño profundo, para colarse en mis pensamientos... Pero nunca lo hizo... El Sueño, sin saber por qué, se ocultaba durante el día, y tornaba por la noche, a revolotear como un delicado pájaro, sobre mi cabeza. En más de una ocasión, se posó sobre la almohada... Jamás llegué a saber en qué consistían sus imágenes oníricas... Una tarde de sábado, lo hallé posado en una de las estanterías de mi cuarto...
Era muy pequeño, del tamaño de un gorrioncillo... No tenía una forma concreta... Me recordó un fragmento de esas nubes de algodón de azúcar, que todos los años, para las fiestas de junio, un vendedor ofrecía en su puesto... Azules, rosas, blancas, amarillas...
Y no me atreví ni siquiera a rozarlo.
Observándolo, me di cuenta de que cambiaba lentamente, como cambian las nubes, sin dejar de ser nubes.
Tal vez el Sueño soñaba...
Se había colocado sobre un pequeño libro de poemas, encuadernado en suave piel rojiza...
¡Se le veía tan indefenso...!
Desde luego, y con toda seguridad, no era una pesadilla...
Las luces del ocaso, ya se estaban apagando... ¿Qué podia hacer con el Sueño...?
No era prudente dejarlo allí... Mi madre, o mi abuela, a pesar de haber insistido en que dejaran tranquilos mis libros, siempre trataban de quitarles el polvo con un plumero.
Así que decidí buscarle un lugar seguro.
Sí, el estuche del reloj de pulsera, que recibí como premio por haber superado la prueba de grado, dos años atrás, bien podría servir...
Y, con mucho cuidado, lo hice resbalar desde la superficie del libro, al fondo mullido del estuche... Con un leve estremecimiento, que me recordó al del gato, cuando se aovillaba en su cojín, el Sueño se acomodó y se quedó quieto...
No sabia si cerrar el estuche, o dejarlo abierto... Opté por un término medio...
Coloque un lápiz, para que no se cerrase del todo, y, como me llamaban para cenar, el Sueño se quedó solo...
Pasaba el tiempo... !Finales de octubre...! El Sueño se había convertido en una presencia extraña, pero necesaria... Una noche, mientras preparaba mis apuntes para la siguiente jornada, oí cómo cantaba... Me acerqué y..., !sí, estaba cantando...!
Y su canto me conmovía, porque, con su vocecita, de grillo o de pájaro tímido, hablaba de cosas olvidadas, de cuanto se iba perdiendo en la senda del tiempo..., y mi corazón se encogía al escuchar sus melancólicas nostalgias...
Cada noche, cantaba, ¡quién sabe si para él o para mí...!, y yo, me adormecía, y soñaba... Mis sueños eran gratos, apacibles, bajo el influjo de aquella voz... Sueños de caminos que antaño recorría, de libros abandonados mucho tiempo atrás, y que me hicieron feliz...
Una madrugada de principios de diciembre, desperté, sobresaltado... El Sueño había dejado de cantar... Unos débiles sollozos, se escapaban desde el interior del estuche... ¡El Sueño lloraba...! Y su llanto sonaba como una dulce y triste melodía de flautas invisibles...
Al llegar la luz de la mañana, contemplé, sorprendido, que estaba nevando... Era un sábado y los sábados no tenía clase... Salí de casa sigilosamente, llevando el Sueño en un bolsillo de mi cazadora... Los copos de nieve, cada vez más gruesos, humedecían mis cabellos al fundirse... La pequeña ciudad, iba quedando atrás... El camino se perdía a lo lejos... Y yo, deseaba regresar y estar de nuevo en la tibieza de mi lecho... Abrí el estuche..., y allí seguía el Sueño... Como un pájaro a punto de volar... No pude resistir la tentación de acariciarlo levemente... Justo antes de que emprendiera el vuelo, y se elevara hasta las nubes...
Cerré el estuche, y regresé a casa...
Aquella noche, para mi sorpresa y confusión, volví a escuchar un tenue canto, esta vez más alegre, que brotaba del estuche... Lo abrí con cuidado... El Sueño ya no estaba..., pero me había dejado el mágico regalo de su canto...
¡Se le veía tan indefenso...!
Desde luego, y con toda seguridad, no era una pesadilla...
Las luces del ocaso, ya se estaban apagando... ¿Qué podia hacer con el Sueño...?
No era prudente dejarlo allí... Mi madre, o mi abuela, a pesar de haber insistido en que dejaran tranquilos mis libros, siempre trataban de quitarles el polvo con un plumero.
Así que decidí buscarle un lugar seguro.
Sí, el estuche del reloj de pulsera, que recibí como premio por haber superado la prueba de grado, dos años atrás, bien podría servir...
Y, con mucho cuidado, lo hice resbalar desde la superficie del libro, al fondo mullido del estuche... Con un leve estremecimiento, que me recordó al del gato, cuando se aovillaba en su cojín, el Sueño se acomodó y se quedó quieto...
No sabia si cerrar el estuche, o dejarlo abierto... Opté por un término medio...
Coloque un lápiz, para que no se cerrase del todo, y, como me llamaban para cenar, el Sueño se quedó solo...
Pasaba el tiempo... !Finales de octubre...! El Sueño se había convertido en una presencia extraña, pero necesaria... Una noche, mientras preparaba mis apuntes para la siguiente jornada, oí cómo cantaba... Me acerqué y..., !sí, estaba cantando...!
Y su canto me conmovía, porque, con su vocecita, de grillo o de pájaro tímido, hablaba de cosas olvidadas, de cuanto se iba perdiendo en la senda del tiempo..., y mi corazón se encogía al escuchar sus melancólicas nostalgias...
Cada noche, cantaba, ¡quién sabe si para él o para mí...!, y yo, me adormecía, y soñaba... Mis sueños eran gratos, apacibles, bajo el influjo de aquella voz... Sueños de caminos que antaño recorría, de libros abandonados mucho tiempo atrás, y que me hicieron feliz...
Una madrugada de principios de diciembre, desperté, sobresaltado... El Sueño había dejado de cantar... Unos débiles sollozos, se escapaban desde el interior del estuche... ¡El Sueño lloraba...! Y su llanto sonaba como una dulce y triste melodía de flautas invisibles...
Al llegar la luz de la mañana, contemplé, sorprendido, que estaba nevando... Era un sábado y los sábados no tenía clase... Salí de casa sigilosamente, llevando el Sueño en un bolsillo de mi cazadora... Los copos de nieve, cada vez más gruesos, humedecían mis cabellos al fundirse... La pequeña ciudad, iba quedando atrás... El camino se perdía a lo lejos... Y yo, deseaba regresar y estar de nuevo en la tibieza de mi lecho... Abrí el estuche..., y allí seguía el Sueño... Como un pájaro a punto de volar... No pude resistir la tentación de acariciarlo levemente... Justo antes de que emprendiera el vuelo, y se elevara hasta las nubes...
Cerré el estuche, y regresé a casa...
Aquella noche, para mi sorpresa y confusión, volví a escuchar un tenue canto, esta vez más alegre, que brotaba del estuche... Lo abrí con cuidado... El Sueño ya no estaba..., pero me había dejado el mágico regalo de su canto...
(Archivo: cuevadelcoco).
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