Un motorista, sobre una magnífica "Harley", rodaba por la autovía, a la velocidad señalada, y aún menos, a veces, como si no tuviera prisa o quisiera, incluso deseara, demorarse intencionadamente.
Acaso se complacía en la contemplación de los tonos otoñales, con los que la llanura, año tras año, se revestía con su invariable belleza...
La "Harley" petardeaba que era un gozo...
No me gustan esas motos japonesas, que, serán muy potentes, y que tendrán cantidad de prestaciones, porque me parecen juguetes grandes de plástico. Prefiera una línea clásica de motos, y, entre todas, las "Harley-Davidson". Que siempre han sido objeto y centro de mis ensueños.
El motorista, llegó al desvío que conecta con la nacional, hizo el "stop" correspondiente, ya que en eso, era muy puntilloso, y se incorporó sobre la moto.
No estaba mal el firme. Parcheado recientemente.
Se detuvo al poco tiempo en un ensanche del arcén, y bajó de la máquina.
Colocó el casco sobre el asiento, y, entre indeciso y pensativo, sacó de un bolsillo delantero una cajetilla de rubio, "El tabaco mata"... Sonrió al leer la frase de advertencia.
"-Pues si mata, que mate...", murmuró entre dientes.
Lo encendió con un "Zippo" de plata, que llevaba algo grabado, y aspiró despacio, como el niño que saborea un caramelo.
El rubio y las rubias...
Se rió de su ocurrencia...
El tabaco rubio le agrada, las rubias, también.
Rememoró ciertas imágenes de una película que le había gustado. Y es que Uma Thurman resultaba un pedazo de mujer, desde cualquier ángulo que se la contemplara.
A lo lejos, las nubes comenzaban a levantarse, oscureciendo el horizonte.
Arrojó el cigarrillo al suelo, lo aplastó bien con su fuerte bota de motero, "Valverde del Camino", hasta asegurarse de que no quedaba ni la más remota posibilidad de que prendiera de nuevo, y reanudó el viaje.
Una extraña inquietud se estaba apoderando de él. Por un momento le acució el deseo de regresar, de volver a la capital y olvidarse de todo. Refugiarse en la soledad de su vivienda, a medias entre apartamento y piso, que por ser el último del edificio, contaba con una terraza de unos treinta metros, donde, en las noches de verano, y, si era posible, bien acompañado, solía trasegar más de una "Mahou", en ocasiones hasta el amanecer, al tiempo que compartía música y sosiego con su habitual. Y si no era ésta, daba lo mismo.
Sí, regresar...
Regresar y llamar a Sara, la última "adquisición", rubia de verdad, y muy atractiva, pero sin estrépitos.
No era, preciso es decirlo, la típica "tía buena" a primera vista. Había que, y eso sí que resultaba necesario, dedicar unos instantes a su contemplación, para percatarse de su hermosura.
¡Todo le sentaba bien!
Le agradaba usar ropa femenina, se pirraba por los trajes "sastre", y sólo con ellos llevaba pantalones.
Siempre calzada con planos o semiplanos.
Era una chica que le había calado hondo.
Demasiado hondo, quizás...
Ya estaba en el enlace con la comarcal, de mejor firme todavía, y muy bien cuidado.
Sintió que el corazón le palpìtaba rápido, con fuerza, cuando divisó el pequeño pueblo, a la vez tan lejos y tan cerca...
"-¡Joeeeer...!!!", dijo por lo bajo, "-¡Joeeeeer...!"
Se detuvo una vez más, y notó en su pecho una angustia inexplicable, que le subía de la boca del estómago.
¡Él, el duro Mc, angustiado!
El Mc de las broncas y las amanecidas en antros de diferentes calibres...
¡Que no soportaba una mala mirada de nadie!
Sobre todo si le había sacudido al "Daniels"..., del que se había hecho "socio", desde tiempo atrás.
"- Todo lo demás son aguachirris...", solía comentar.
Con todo, no era un borracho. Y jamás lo había sido.
Una cosa era comenzar de copas, seguir de copas y llegar al alba de copas..., volver con la cabeza pesada y los pies torpes, y otra, dejar de ser él mismo, embrutecerse con la bebida hasta perder la consciencia...
Además, siempre sentía algo así como una llamada de atención.
"-Ya suena la campana... Es hora de agua..."
Y así lo hacía...
Allí, allí mismo, a menos de cien metros, estaba el pueblo, su pueblo.
Y sus recuerdos. Todos. Luminosos y oscuros, amargos y dulces, como los de cualquier ser humano, cuando retorna a su punto de origen.
Con un suspiro, aceleró la "Harley", y siguió adelante, cuando el sol estaba ya tan bajo, que iba derecho a ocultarse tras una colina.
(Archivo: cuevadelcoco).
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