Es muy fácil caer en la tentación de presumir de la amistad de un artista desaparecido...
Pero Antonio y yo, fuimos buenos amigos, esa es la verdad.
Algunas noches en las que mi hijo y yo recalábamos en su casa, era inevitable quedarse a cenar.
La siempre dulce y amable Josefa, su mujer, se desvivía por atendernos, y nos ofrecía lo que en ese momento tuviera a mano.
Luego, recogida la mesa, que lo mismo servía para el yantar que para escribir o pintar, un buen rato de conversación.
A veces, Antonio, evocaba tiempos pretéritos, y hablaba de escritores, poetas y pintores que había conocido. O de sus aventuras y desventuras.
Que no fueron pocas.
Cierta mañana en la que habíamos quedado en una cafetería del centro, llegó con una bolsa de plástico y me la entregó. Dentro, había un dibujo a tinta china que había realizado para mí.
Enmarcado con sencillez, pero con cariño, por las manos de Josefa.
Algún amigo, que ha venido a casa a pasar un rato, me ha sugerido que le cambiara el marco: "Un dibujo tan bonito debería estar bien enmarcado..., luciría más..."
Yo, sonrío, y digo que no puedo hacerlo...
No, porque el dibujo y su envoltura son uno mismo...
Formaron parte de una misma intención, y así seguirán...
Decía que he estado husmeando entre libros...
He hallado uno, de Antonio Fernández Molina, titulado "La arena del sendero", (Poemas de Mariano Meneses), publicado por editorial "Heliodoro", Madrid, 1986.
Al hojearlo, observo que hay tres poemas subrayados con lápiz rojo, quizás porque me conmovieron al leerlos por primera vez:
I
"Eran aquellos dos
árboles, con sus hojas,
una isla de otoño
en medio del invierno."
II
"Cual si volviera
de un lejano país,
me sorprendes, otoño,
en estos chopos amarillos."
III
"Esa pequeña nube
de niebla, junto al suelo
semeja un charco de algodón
que flota sobre el campo."
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