Cierro los ojos y contemplo un pueblo, un pequeño pueblo, a los pies de las grandes moles pirenaicas...
Es mediodía...
Un mediodía, rotundo, luminoso...
Algunas gallinas picotean cerca de las casas...
De una de ellas sale una viejecita, enlutada, con pañuelo negro a la cabeza...
En el delantal, doblado y sostenido con una mano, lleva unos puñados de grano, que va lanzando a las aves...
Se organiza un coro de cacareos, un revuelo, que cesa en cuanto comienzan a llenar el buche...
En las cimas hay nieve todavía, y quizá no se deshaga en todo el año...
Silencio...
Las nubes se deslizan suavemente, empujadas por un leve viento...
La viejecita se sienta un momento en un tosco banco de madera, y su mirada se pierde más allá del paisaje...
Más allá de los años...
Un milano pasa volando bajo, y al oir su grito, las gallinas, miran hacia lo alto y se sienten inquietas...
Pero el milano pasa de largo...
La viejecita, recuerda de pronto algún quehacer pendiente, y entra en su casa...
Es mediodía, aún es mediodía...
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