Recuerdo una mañana de Domingo de Ramos, una mañana de sol, a principios de abril.
Todos estábamos en el patio de recreo del colegio, donde el rector bendecía las ramas de olivo y nos las iba entregando. Luego, salíamos en procesión hasta la iglesia, cantando unos textos en Latín: "Pueri hebreorum, portantes ramos olivarum, clamantes et dicentes ¡Hosanna filio David, benedictus qui venit in nomine Domini..!"
Una mañana de sol, tibia, amable...
Hace muchos años...
Luego, la rama bendecida se ataba con unas cintas a los hierros del balcón, y allí permanecía hasta el año siguiente...
Era un día alegre...
Además, comenzaba un breve período de vacaciones...
La tierna rama de olivo soportaba las lluvia de primavera, los rigores del estío, "las nieves
y vientos del gélido invierno", como cantó de forma tan espléndida Rubén Darío en su poema "El cortejo", para terminar seguramente en el fuego y ser sustituída por otra, recién cortada, verde, brillante, olorosa...
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