La mirada se posa, inevitablemente,
en las moles de los Mallos.
Pero hay otros lugares,
que por su encanto, pleno de misteriosa intimidad,
salvo para los conocedores del lugar,
muchas veces pasan inadvertidos.
En la tarde, cuando el sol ya no quema,
y es grata la temperatura,
suelo ir en dirección contraria,
hacia lo que se conoce
como "los Mallos Pequeños".
Es un camino acogedor,
casi siempre solitario...,
sobre todo cuando el verano queda atrás,
y todo "huele" a septiembre en sus postrimerías...
Esta senda,
entreverada de luces y sombras,
contiene la quietud descrita en un poema,
en una novela de atmósfera otoñal...
Los "Mallos Pequeños",
que reflejan y recogen las luces vespertinas...
Alguna misteriosa oquedad,
y el silencio de las paredes en sombra...
No pueden competir en altura,
pero se alzan
igualmente orgullosos...
Allá abajo,
el valle, la lejanía,
que azulea las lejanas lomas...
Ese tono rojizo,
preludia, acaso,
los días que vendrán...
Aquí, en esta leve elevación,
lo que queda de una ermita...
Un lugar para pensar...,
y soñar en silencio...
El camino de vuelta...
Los Mallos,
retienen las últimas luces...
El día que termina...
Contraluces
que evocan despedidas...
La luna se septiembre...
Cuarto creciente ya,
sobre los árboles,
que van perdiendo sus hojas...
que van perdiendo sus hojas...
Y Riglos, al pie de los colosos de roca...
(Archivo: cuevadelcoco.
Imágenes: mirarlook/cuevadelcoco).
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