La "Oca", era un juego de invierno...
O de mal tiempo...
¡Cuántas tardes habremos pasado,
huyendo del aburrimiento,
del hastío, "del primer hastío",
según D. Antonio Machado,
sentados en la acogedora mesa camilla,
cuyas faldas nos daban amoroso cobijo,
tanto más si había un brasero debajo,
intentando sortear los "peligros" y "trampas",
que este juego colocaba al paso de nuestras fichas...!
¡Era muy sencillo...!
Se utilizaban las mismas fichas del parchís,
aunque una sólo, claro...,
y los cubiletes con sus dados correspondientes...
Se establecían los turnos de salida,
según la puntuación que daban los dados,
de mayor a menor,
y, colocados todos en la primera casilla,
que no contaba,
comenzaba en juego...
"De oca a oca...,
y tiro porque me toca..."
"De puente a puente...,
y tiro porque me lleva la corriente..."
"De dados a dados...,
y tiro porque son cuadrados..."
"Del laberinto al treinta..."
"El pozo...,
quieto allí hasta que otro caiga..."
"La cárcel, tres veces sin tirar..."
"La posada...,
una vez sin tirar..."
"La muerte...,
vuelta a comenzar el juego..."
Creo que no me dejo nada...
Era un juego semi-silencioso...
Sólo el murmullo del diálogo entre jugadores,
el repiqueteo de los dados sobre el tablero...,
y la radio, de fondo...
Y, el afortunado que sorteaba
todos los peligros y asechanzas,
llegando a la gran oca y sus compañeras,
de la casilla 63,
ganaba la partida...
Si quedaba tiempo,
se jugaba otra...
El parchís, más largo y complicado,
era juego de domingo...
O de vacaciones navideñas,
en las que, nuestros mayores,
animados por el ambiente festivo,
condescendían a participar,
jugando con los "pegotes" de la casa...
Si había sesión de cine,
pues se jugaba tras ella...
A veces, un rico chocolate,
donde mojar alargados trozos de torta,
aquellas oblongas tortas de aceite y azúcar...,
acompañaba la partida,
y constituía la merienda...
Alguna vez,
se establecía un conato de discusión,
que era acallado inmediatamente...
"O callas, o no juegas..."
Ante semejante aviso,
boca cerrada...
Y, terminada la partida,
y el tazón de chocolate,
amén de las raciones de torta,
pues se recogía el juego,
se dejaba en su lugar acostumbrado,
y un silencio espeso se apoderaba de todo...
Luego...,
la cena...,
y a dormir.
Tras los cristales,
si nos asomábamos un momento,
abriendo las contraventanas,
la nieve..., la lluvia..., el aguanieve...
Y la oscuridad...
El tablero de dos caras,
oca-parchís,
parchís-oca,
pasó muchos años
sobre la repisa de la chimenea...
Y hoy...,
todavía lo conservo,
como un buen amigo
que hacía lo posible
por librarnos de la soledad...
(Archivo: cuevadelcoco).
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