Una densa niebla había cubierto la llanura.
No se distinguía nada más allá de un brazo estirado, y, aun así, en ocasiones, no era posible contemplar con claridad las puntas de los dedos.
Y, cuando de mañana, la señora Esperanza, que había enviudado años atrás, y su hija, a la que había sacado adelante a fuerza de puro deslome, se acercaron para abrir la panadería, que Mc les había dejado en arriendo, hallaron las llaves de la casa, junto con una nota, en la que éste sólo decía: "He tenido que irme. Sigan adelante y no se preocupen. Avisen, si me hacen el favor, al de la fragua, y díganle lo mismo. Puede que regrese pronto. Les deseo a todos unas felices fiestas. Mc."
Efectivamente, se había ido.
Isabel, la hija de Esperanza, la nueva panadera, que sonreía a Mc cada vez que se encontraba con él, no pudo evitar que unas lágrimas empañaran sus ojos.
Y, aunque trató de ocultarlo, el hecho no se le escapó a su madre.
¿Se habría hecho ilusiones, aquella chica que ya había cumplido los veinticinco, sobre el hombre maduro que apareció en el pueblo, después de tantos años...?
Esperanza, suspiró, recogió las llaves y la nota, y entró en el obrador de la panadería, seguida de su hija.
¡Aquella chica...!
Sí, la había criado como mejor pudo y supo, pero no logró mucho más.
Incluso la envió a la cercana capital para que estudiara Magisterio, que abandonó antes de concluir su tercero y último año.
Isabel, fue dando traspiés por la vida, pero no a causa de ningún hombre, sino de una extraña actitud ante la existencia, mezcla de apatía y desinterés...
Todavía no se explicaba cómo terminó el Bachiller, sin repetir ningún curso...
Y allí la tenía, ayudándola en todo lo que estaba su alcance...
Por lo menos, sabía llevar las cuentas...
No en vano, había trabajado en un comercio de ropa de la capital.., hasta que, una tarde, sin más, apareció en el pueblo, y, sin decir palabra, se sentó frente a su madre, en la limpia y recogida cocina...
Esperanza, la contempló en silencio.
Al cabo de un rato, se levantó y se dispuso a preparar la cena para las dos.
Por una parte, la pena de ver que Isabel no echaba raíces en ningún sitio..., salvo en el pueblo.
Por otra, la íntima alegría de tenerla cerca otra vez, de abandonar su vida solitaria, poder hablar con ella, y cuidarla...
No, no estaba enferma...
"Es guapa...", se decía... Pero jamás había "sacado partido" de aquella cualidad.
No le atraían los hombres, al menos para un compromiso serio.
"Para vestir santos..." "Se quedará para vestir santor..."
Mientras, Mc, rodaba despacio, de regreso...
Cansado de su propia lentitud, se detuvo en una estación de servicio, llenó el depósito y se refugió en la cafetería, mientras contemplaba con desesperación aquella masa de niebla que se había pegado a la llanura, como si formara parte de la misma.
No soplaba ni el más ligero viento que fuera capaz de disiparla, de llevársela a otro sitio...
Cuando estaba a punto de cumplir los diez años, la niebla acudió por primera vez.
Fueron días larguisimos...
Acostumbrado a merodear por los campos, tuvo que resignarse a permanecer en su casa. Todo lo más, solía entrar en la fragua o en el horno...
Y esperar...
Deseaba salir de allí..., irse lejos, donde brillara el sol, donde ese fantasma algodonoso no pudiera atraparlo...
En su impotencia, se parapetaba tras un libro, y se encerraba así en un mutismo feroz...
Fingía tener sueño antes de la hora acostumbrada, para meterse en la cama.
Tras el beso de buenas noches de sus padres, se hacía el dormido, hasta que apagaban la luz y cerraban la puerta...
Luego, con los ojos abiertos, sin conseguir conciliar el sueño, escuchaba el paso de las horas, que sonaban en el reloj de la torre de la iglesia...
También evocó aquellos días, en pleno Atlántico, a bordo del portahelicópteros, que fue su segunda casa...
Un banco de niebla, terrible, que dificultaba la navegación, y que no eximía de riesgos, a pesar de los dispositivos de detección, estuvo a punto de hacerle perder los nervios...
La única salida, y bien lo sabía, era lanzarse al agua y desaparecer en las profundidades, en busca del olvido...
Quizás lo salvó la rutinaria vida, regida por toques de campana y avisos a través de altavoces...
¡Ah, el "Ïcaro"...!
¡Cuánto le agradaba contemplar la cambiante superficie del océano, bañada por el sol, o dulcemente plateada en las noches de luna...!
Su galón de cabo primero, ganado a pulso, le permitía cierta libertad de movimientos, que solía dedicar a su recién descubierta pasión: La fotografía.
Aceptó la disciplina de buena gana, desde el principio, y siempre se mostró respetuoso y servicial con sus superiores, hasta alcanzar ese grado de "chico de confianza", tan deseado por toda la marinería, y al que sólo llegan unos pocos...
Sus nervios estaban a punto de quebrarse, cuando oyó un griterío en todo el barco: ¡La niebla se estaba levantando...!
El sol del mediodía, comenzaba a asomar tímidamente...
Por fin, brilló en todo su esplendor.
Lo mismo esta sucediendo en toda la llanura...
Esta vez, rodó alegremente, y sintió que su congoja se había evaporado...
(Archivo: cuevadelcoco).
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