Dejé mi corazón abierto al viento
de aquella dulce tarde de verano.
Añoré tu recuerdo, adormecido
entre los brazos cálidos del día.
Reflejaba la luz de tu mirada
el agua luminosa del remanso
y sentí la crueldad de un sueño roto
sobre la palpitante lejanía.
Bien quisiera tus labios encendidos
en el sublime abismo de un abrazo.
Oscuras, aunque ardientes horas idas...
El resplandor dorado de la tarde
aumenta el ansia de tu voz distante
que tiembla como un ave fugitiva...
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