lunes, 16 de septiembre de 2019

Grafitis y grafiteros...








Me gustan los grafitis y los grafiteros.

Y digo "los", porque, el hecho de serlo,
que conlleva anonimato, oscuridad
y cierto grado de aventura,
no exenta de riesgo,
les despoja del propio sexo,
cual si se tratara de ángeles.

Se convierten en una legión sombría,
que va dejando su huella
en cuanta superficie queda a su alcance,
incluso más allá.

Mi afición por los grafitis,
comenzó hace veinte años,
más o menos.

Una amiga, que sigue siéndolo,
a pesar del tiempo y la distancia,
me habló de una larga pared,
ante la que se detenía a menudo,
para contemplar los ya vistos,
y la gozosa presencia de los nuevos.

Visité con ella la pared,
y, entre una mayoría de "firmas",
habia obras interesantes,
algunas, sobreescritas.

Cierta mañana de diciembre,
cámara en mano,
recorrí calles y callejas,
recogiendo imágenes.

Unas, las oficiales,
(se notaba enseguida),
eran de escaso interés.
Bien construídas,
pero nada más.



Hace unos días, hallé este grafiti.
Me gustó, porque reunía las características,
de lo que considero "grafitis puros".
Es decir, anonimato,
una buena dosis de ingenio,
y ese aire espontáneo,
no exento de prisa,
por aquello de no ser pillados...

Cuando apareció "El francotirador paciente",
de Arturo Pérez-Reverte,
además del goce de su lectura,
me hice con una serie de referencias.
Grafiteros que fueron anónimos,
y que cambiaron de "bando",
cómo sucedió con Banksy,
junto a los que no cedieron
y no se dejaron atrapar por las galerías,
el dinero y la fama.

Quizá porque la aventura
era la finalidad de sus vidas.














(Archivo: cuevadelcoco.
Imágenes: mirarlookcuevadelcoco).










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