"Estación de Atocha".
Dibujo de Mateo Lahoz.
Dibujo de Mateo Lahoz.
"UN DÍA DE DICIEMBRE".
1
El viajero, avanzaba por el andén, con una maleta de cuero en la mano izquierda, un maletín en bandolera, y algunos diarios de la mañana, en la derecha.
No se había desprendido de los guantes, porque siempre sentía frío en las manos, y, la verdad, aquel 11 de diciembre, resultaba helador.
Por su atuendo y su desenvoltura, su pipa recta entre los dientes, ahora apagada, y su mirada, indiferente a todo cuanto sucedía a su alrededor, enseguida era fácil etiquetarlo como “viajante”, es decir, representante de alguna firma comercial, y, por lo tanto, sabedor y conocedor de multitud de estaciones, y sus correspondientes horarios de trenes.
Buen abrigo, calzado fuerte, consistente en botas de cordones de gruesa suela, y trajeado con corrección. Bajo el abrigo abierto, un traje gris marengo, de invierno, chaleco incluido, además de corbata, de nudo ancho y color “burdeos” oscuro.
Uno de los incontables aventureros de las ventas a comisión, que se movían por todo el país, llevando, tanto productos nuevos para promocionar, como los de siempre, para reponer, allí donde fuera necesario. En el maletín, una agenda repleta de nombres, direcciones, teléfonos, y notas al margen…
Su principal herramienta.
Se tocaba con un sombrero de tono acorde con el gabán, y de ala ancha, aunque no demasiado, que bien servía para las jornadas lluviosas. Así, pasaba inadvertido allí donde fuese. Un bigote, tupido pero muy cuidado, añadía a todo el conjunto, una cierta aura de respetabilidad.
La policía, no molestaba a los viajantes. Eran hombres curtidos, que se ganaban bien la vida, aunque, eso sí, a costa de madrugones y de dormir, “ incluso en el palo de un gallinero”, al decir de muchos.
Conocían a muchas parejas de la Guardia Civil, así como del Cuerpo de Carabineros, y, a fuerza de compartir horarios y madrugones, siempre terminaban haciendo buenas migas. Hablaban de todo, intercambiaban tabaco, chistes, chismes…, y, así, de boca en boca, iban agrandando su circulo de “civiles”, de manera que, cuando topaban con pareja nueva, se presentaban dando como referencia su amistad con otros guardias, a los que describían con pelos y señales.
Un viajante, debía de poseer buena memoria, una salud de hierro, estomago a toda prueba, don de gentes, y mucha discreción.
Por eso lo habían elegido a él…
En aquellos días, un runrún imparable, se propagaba como el viento, como la niebla, como una miasma, invisible, pero contaminante…
La policía, estaba en todas partes… En cafés, en casinos, donde se hablaba demasiado, por cierto…, en las cantinas de las estaciones, hasta en los establecimientos de libertinaje, que, por muchos eufemismos que se usaran, no dejaban de ser casas de putas…
Claro, que, un viajante en compañía de la Guardia Civil, o de los Carabineros, que leía la prensa más conservadora y casposa, y que se reía con elegancia y comedimiento, al escuchar un chiste verde…, ¡qué tenía de sospechoso…!
Además, siempre guardaba en la maleta, unos frasquitos de perfume, remedios para el dolor de muelas o la diarrea, destinados a esposas y novias los primeros, y a los propios guardias, los segundos.
El viajero, se había despertado antes de hora… Y, cuando se liberó de las telarañas del sueño, sintió una incierta desazón, entre incomodidad y desasosiego. No por el viaje en sí, sino por el resultado del mismo. “Esto no va a terminar bien…, me da que no va a funcionar…, que todo se irá al carajo…” Y así, una y otra vez… El frío de la calle, hizo que se olvidara, al menos por un breve espacio de tiempo, de ese molesto y oscuro presentimiento.
Pero, de pié, en el andén, esperando la inminente llegada del tren que lo dejaría en Zaragoza al cabo de unas horas, volvió esa sensación de intimo malestar, que lo puso de muy mal humor. “¿Qué es lo que tiene que salir mal…? Llego, doy el aviso, no pasa nada, hago las visitas que llevo anotadas en la libreta, y me vuelvo… ¡Así de fácil…!”
Asomó el tren su morro de gran cetáceo, resoplando y envuelto en vapor, que el frío convertía en densas masas plateadas a la luz de las lámparas, y se detuvo sin dejar de jadear, esperando engullir a los viajeros, y salir de ese reducto, donde parecía sentirse aprisionado. Un pitido largo, primero, y algunas campanadas, después, fueron la señal para reanudar la marcha.
Al fin, dejó atrás la estación, y acelerando poco a poco, se distanció de la capital.
Todavía era de noche...
(Continuará).
(Archivo: cuevadelcoco.
Imagen: Mateo Lahoz).
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