"El caminante contempló la luz del crepúsculo, tamizada por los árboles, y sintió un incierto desasosiego..., pero, un instante después, supo, y sólo él podía saberlo, que era hora de volver a tomar el cayado, de preparar sus ropas de abrigo, su calzado resistente..., y reiniciar su peregrinaje...
Ese momento de luz, tan bello, tan frágil y quebradizo, tan fugaz..., era la señal de que el estío se iba, se iba una vez más...
Habían sido días luminosos, días increíbles, de amaneceres gloriosos sobre las rocas...
Y el Coco lo sabía..., y estaba triste...
- ...partirás, y me quedaré solo de nuevo,
sin nadie que me cuente las historias que tú me regalas cada noche...,
con las que consigo dormir..., o, al menos,
sentirme en ese dulce estado,
entre el sueño y la vigilia,
suspendido entre el cielo y la tierra...
El caminante contempló al Coco,
con una mirada cariñosa...,
y no supo qué decir...
-...volveré...
Fue lo único que sus labios pronunciaron, antes de que se extinguieran
las luces del crepúsculo...
las luces del crepúsculo...
¡Aún quedaba esa noche...!
- ¿Me contarás una historia más...?, preguntó el Coco
- ...sí, dijo el caminante, y le refirió una vieja leyenda, que nadie más había escuchado, y que sólo él sabía...
Y el Coco volvió a su limbo, envuelto en mágicas ensoñaciones...
Ninguno de los dos, quería pensar en el día siguiente..."
(Archivo: cuevadelcoco.
Imagen: mirarlook/cuevadelcoco).
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