El hombre..., y lo digo genéricamente..., el ser humano, hombres y mujeres, mujeres y hombres, (...en estos timpos, hay que andar con pies de plomo, cuando la democracia, más que proporcionarnos satisfacciones, comienza a ser un fastidio...), sencilla y llanamente, no es feliz.
Jorge Luis Borges, en uno de sus deliciosos, profundos y holgadamente eruditos relatos, habla del tigre.
El tigre, dice, es eterno, porque no tiene conciencia de su muerte.
Cumple con las tres funciones básicas de todo ser vivo, esto es, nutrición, relación y reproducción...
Y luego, desaparece de la lista y el número de seres vivientes...
El paramecio, el gorrión, tan familar y atrevido, esa mariposa de brillantes colores, la calabaza del huerto del pueblo..., todos cumplen con los tres requisitos...
Y un día, un día cualquiera, sus constantes vitales se desvanecen...
Y no por ello deja de girar la Luna alrededor de la Tierra, ésta, alrededor del Sol, y éste no se detiene en su peregrinar por la Galaxia...
No creo que con nosotros suceda algo distinto.
Nuestra infelicidad radica en un castigo que es la capacidad de reflexión.
Pensamos, y el hecho de pensar nos convierte en desgraciados.
Para atenuar esta desgracia, o para aprovecharse de ella, los más espabilados de la especie,
hace miles y miles de años, desdoblaron la realidad, que por lo visto les quedaba estrecha, y establecieron una frontera, muy peligrosa por cierto, emtre lo natural y lo sobrenatural, alzándose como portavoces de la última posibilidad...
Cuando apenas tenía seis años e iba al vecino colegio con mi bata de rayas blancas, grises y azules, me sentaba cada tarde, tras la fastidiosa jornada escolar, al lado de mi abuela, mientras
iba rosegando el pan con chocolate, (..."Nestlé", por supuesto...).
Y hablábamos.
Ella, con las gafas próximas a la punta de la nariz, y pendiente de su labor de ganchillo, y yo, atento a los gatos que se paseaban por el muro de la terraza, siguiendo sus divertidos juegos.
Y le preguntaba que quien inventó el tenedor.
"...alguien que no quería pringarse los dedos comiendo macarrones...", respondía...
Hasta que en cierta ocasión, le pregunté que quién había inventado la cama.
Esta vez, me miró, un tanto sorprendida, detuvo un momento su quehacer, pero, enseguida volvió a él, y sin perder la compostura, ni la cuenta de los puntos, dijo:
"...alguien muy listo, hijo mío, alguien muy listo..."
Mi abuela, como todas las benditas abuelas que en el mundo han sido, pasaba olímpicamente de las disquisiciones metafísicas propias de Borges, y daba su versión del mundo y de las cosas en un lenguaje llano y directo...
Aunque, aquella tarde...
En fin...
Bien, pues aceptemos que existe un mundo sobrenatural...
Don Miguel de Unamuno afirmaba que lo contrario sería injusto...
Se saltaba a la torera quintales y quintales de argumentos a favor, elaborados por los teólogos de turno durante siglos, y las más de las veces farragosos e indigestos, para proclamar, en un tono castizo y españolísimo, que no, ¡qué puñetas!, que ni hablar...
Injusto y muy injusto, claro que sí...
Luego, el pedante, insoportable y cenizo Jean Paul Sartre, (...gabacho tenía que ser...), va, y define al hombre como "una pasión inútil"...
¡No te joroba...!
Claro, que, ahora viene la cuestión...
Si hay un mundo sobrenatural, y consecuentemente eterno..., ¿será capaz el ser humano, ya inmaterial, de soportar semejante carga...?
Hablamos de la eternidad con mucha ligereza...
Y sin saber en qué consiste...
"...si una golondrina rozase la cumbre de una montaña cada mil años, y así hasta trocarla en un llano, Dios seguiría existiendo..."
Y la eternidad también...
Un personaje de Borges, bebió de las aguas de cierto río, y se convirtió en inmortal...
Luego, pasó siglos buscando el preciado líquido de otro caudal que le devolviese su condición humana de ser finito...
Y cuando lo halló, fue feliz...
El buen Buda, se sacó de la manga la reencarnación...
Para hacer menos pesado el eterno saco al hombro, lleno de un tiempo sin principio ni fin...
O quizá vacío de tiempo..., que aún es peor...
Porque el tiempo tiene medida.
La eternidad no.
Una escritor del género mal llamado ciencia-ficción, cuando lo más natural fuese denominarlo de fantasía científica, describe un planeta en el que existe una planta capaz de regenerar a cualquier ser vivo...
La pareja protagonista del relato, tras sufrir una serie de dolorosos percances, es absorbida por la planta en cuestión, y, así, "reciclados", comenzar de nuevo...
Aunque eso ya lo lograba, y muy bien, el legendario James Bond, que tras darse un piñazo con cualquiera de sus artefactos, aparece al momento sin haberse despeinado...
Bueno, pues la pareja de la que hablaba, llega un momento en que se plantea el cansancio de la inmortalidad...
Y caen en la cuenta de que cuando el hastio invadiera sus mentes de manera insoportable, podrían ser reabsorbidos por la planta, y fundirse con ella, y sanseacabó.
Ni recuerdos, ni consciencia, ni nada...
¿Y si la eternidad fuese algo así...?
En ese caso, Buda tendría toda la razón...
Al final, como premio, la Nada...
(Imagen: "La persistencia de la memoria", de Salvador Dalí)
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