Paco, tiene una tienda en el pueblo. Allí se encuentra de todo. Y si no lo hay, se ocupa de recibirlo cuanto antes, para satisfacer a sus parroquianos.
Paco está siempre sonriente.
Siempre de buen humor.
Lleva más de veinte años ejerciendo las funciones de juez de paz del lugar.
Cada otoño, se va a la pequeña capital de provincia, diciendo que ya está hasta las narices, y que dimite, y que hagan lo que quieran, pero que dimite.
Y vuelve con cara de circunstancias, no habla con nadie durante dos o tres días, se sube a lo alto de la colina, contempla el pueblo, allá abajo, y, al final, suspirando, resignado, retoma sus funciones.
El juzgado de paz ocupa un par de estancias y un pequeño despacho, en el mismo ayuntamiento.
Pero Paco, donde "pone paz", es en la trastienda.
Allí soluciona con tino y prudencia los problemas que surgen entre los vecinos, que, dicho sea de paso, son cuestiones sencillas...
El Filósofo, amigo del Coco, le hace un pedido todos los viernes. Paco, se sube a su furgoneta, y le lleva todo lo que el Filósofo le pide.
Cuando Paco va a casa del Filósofo, éste, lo invita a entrar y se toman una copa de vino dulce, sin prisas, sin hablar. Paco le tiende un papel con la cuenta. El Filósofo le paga. Sube otra vez a su furgoneta, y se despide con un gesto amistoso.
Paco estuvo casado, pero un día, hace ya muchos años, su mujer lo abandonó. Se marchó, simplemente. Alguien le dijo que la había visto en la capital, y luego, ya no tuvo más noticias. La verdad es que siguió haciendo su vida de todos los días. Nadie le preguntó, nadie le comentó nada, y hoy, todo el mundo considera a Paco como un solterón empedernido.
Cierto día, encendió una hoguera en el campo, y quemó todos los recuerdos que tenía de ella.
Todos. Hasta los más insignificantes. Es como si nunca hubiera formado parte de su vida. Jamás indagó ni quiso saber nada acerca de su paradero.
Pero Paco no es un hombre amargado, no.
Simplemente, se dedica a sus ocupaciones, y por las noches, lee un libro tras otro. Lo hace en secreto, no quiere que piensen nada de él. Cada vez que se acerca a la capital, vuelve con un paquete de libros, muy bien envuelto, y lo primero que hace es dejarlo en lugar seguro. La tienda está en la misma casa que habita. Arriba, en el desván, tiene su biblioteca. Acondicionó ese lugar para él solo, para pasar horas tranquilo y aislado. Nadie ha estado allí.
Por la noche, apoltronado en su sillón, lee páginas y más páginas. Luego, se va a dormir.
Y así, día tras día.
Siempre sonriente, siempre de buen humor.
Siempre callado y discreto...