"Senda de otoño".
Ilustración de Mateo Lahoz.
Lucía el sol en los primeros días de diciembre. Fernando Mérida, avanzaba pensativo por uno de esos caminos que tanto le agradaban. Todos los sábados, desde que la Compañía instituyera "la semana inglesa", que hizo más llevadera la vida de sus operarios, nada más terminar de comer, salía de su casa en busca de soledad. La televisión no le interesaba. Sólo prestaba atención a los informativos de la noche, pendiente, sobre todo, de las predicciones meteorológicas. Y aquel día era sábado. Tomó un rumbo al azar, y pronto comenzó a sentir lo que él llamaba "estar sin nadie". Al rodear una loma, quedaba oculta la ciudad y aparecía la Montaña, luciendo algunas manchas blancas cerca de la cima. Cuántas veces había pisado su cumbre! Pero, mientras hubiera el menor indicio de nieve, se guardaba muy bien de subir.
Esa tarde, sus pensamientos se centraban en el paso del tiempo. La Compañía no iba a permanecer indefinidamente en Leoria. Calculaba unos cinco años más, quizá seis. O acaso menos, y entonces, tendrían que trasladarse a otro lugar, comenzar a trabajar en nuevas obras, y dar principio a un ciclo diferente.
Le molestaba la idea. Después de tanto tiempo... Vivir yendo de un sitio a otro, no, no era lo mejor para sentirse bien. Otro paisaje, otras gentes, todo distinto. Y un tiempo de adaptación, incómodo y áspero, sabiendo que también llegaría su fin.
Se detuvo un momento y respiró profundamente. Era su tarde. Dejó de lado las preocupaciones, convencido y seguro de que todo se resolvería a su debido tiempo, que aún estaba por venir.
Realmente, los caminos que rodean a Leoria, tienen un encanto indefinible. En muchas ocasiones, hallaba en ellos quietud y sosiego, tan necesarios para seguir adelante en la vida. Hoy, la mayoría se mantienen igual que décadas atrás.
Comenzaba a declinar la tarde. Fernando Mérida recordó algo... Un encargo que le había hecho su hija. Para qué necesitaba Luisa un diario...? Además, que tuviera cerradura y su correspondiente llave. Apresuró el paso, y ascendiendo por la cuesta que desembocaba al final de la calle Mayor, casi enfrente del monasterio benedictino, se preguntó dónde podría encontrar el dichoso diario.
Fue mucho más fácil de lo que pensaba. En la librería "Ansó", donde solía comprar la prensa los domingos, halló lo que deseaba. Le presentaron varios modelos. Se decidió por uno, de mediano tamaño, que le pareció consistente, duradero y elegante al mismo tiempos. Pidió que se lo envolvieran como regalo, y, satisfecho de haber resuelto el encargo de manera tan rápida, regresó a su casa.
Luisa lo halló bajo la almohada. Sintió deseos de abrazar a su padre,
llenar de besos su rostro curtido por el sol y los vientos, y así lo hizo. Teresa, perpleja, necesitaba una respuesta, pero Fernando, se limitó a sonreír, con expresión entre traviesa y divertida.
Qué difícil es comenzar un diario...! Se quieren escribir muchas cosas, demasiadas a veces... Luisa Mérida, consideraba que eso de "querido diario...", era lo más cursi y repelente que podía hacer una chica. No, esa noche no. Mañana mejor. Y mientras el sueño, dulcemente, la acogía invitándola a conocer remotos lugares, un rostro se destacó entre muchos otros... El de Mac...
(Archivo: cuevadelcoco.
I
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