sábado, 4 de junio de 2016

EL RETORNO DE MC MAKHARRA TERCERA PARTE. CAPÍTULO SEXTO.

EL RETORNO DE MC MAKHARRA.
TERCERA PARTE.
CAPÍTULO SEXTO.


                           
                                               "La imagen soñada"

El espíritu inquieto del pequeño Mc, que ya iba recitando latines con mucho desparpajo, para asombro del párroco, y no menos del maestro, cuyo hijo tampoco se quedaba atrás, aún no se había rebelado contra la monotonía, la rutina, y ese “hoy como ayer, ayer como mañana”, del que bastantes parecen gustar, sobre todo a ciertas edades…
Mc, no había cruzado esa línea, todavía no, que separa de una vez por todas, el amable y acolchado siempre, de la deseada, pero incierta e incómoda novedad. Alguna vez, en sus solitarias correrías por la llanura, se preguntó cómo sería su mundo, al cabo de diez años, o, tan sólo de siete, o de cinco. Aunque, un secreto temor, un inexplicable pánico, un recelo íntimo, le obligaban a desistir, y, se replegaba, como un caracol en su concha.
Simplemente, se aferraba a su pequeño universo, de forma inconsciente, pero con toda la fuerza de la que era capaz. Alguna vez, hojeando esas revistas, que su madre compraba muy de tarde en tarde, y que intercambiaba con sus vecinas, se había detenido en la contemplación de un bello rostro, sintiendo, algo así como una cálida efervescencia interior, que lo estremecía de la cabeza a los pies. Luego, se avergonzaba, y, con la cabeza gacha, se sentaba junto al párroco, deseando fervientemente, contarle lo que le sucedía…
Mas nunca lo logró.
Sucedió así, que las chiquillas con las que él y su amigo el “maestrillo”, jugaban, hablaban e intercambiaban algún que otro inocente beso furtivo, dejaron de gustarle. En un antiguo atlas, iba guardando rostros de revistas… Lo ocultaba en su cuarto. Descubrió un hueco, tras la estantería de sus libros, y allí escondió aquel “tesoro”. No quiso saber nunca, ni sus nombres ni nada de sus vidas. Para él, sólo eran dulces rasgos femeninos, con los que, en la soledad de la noche, cuando sus padres dormían, podía imaginar conversaciones susurradas, y la esperanza de que aparecieran en sus visiones oníricas…
Rostros, sólo rostros… Sonrientes, dulces, melancólicos… En alguna ocasión, si en una de ellas, descubría algo que le desagradaba, destrozaba la página, y, disimuladamente, arrojaba los fragmentos a la estufa, o al ardiente resplandor de la fragua, donde se consumían en cuestión de pocos segundos.
Lo peor para un casi adolescente, es la soledad, esa soledad acompañada de falta de comunicación, que en aquellos años, según rememoraría Mc, fue terrible y dolorosa. El cariño de sus padres, mitigaba esa penosa situación. Pero ya sabía, que, entre ellos y él, se elevaba un grueso muro, imposible de salvar, por el momento.
Mc, alguna vez, pues su memoria es prodigiosa, se pregunta cómo pudo salvar completo, aquel tercero de bachiller, y con las mismas buenas notas de siempre. Tenia, así, todo el verano por delante… Pero, en esta ocasión, sentía que en su interior, una oquedad, un vacío extraño, iba creciendo, lenta y constantemente, conforme pasaban los días…
Necesitaba dormir, y dormía hasta que su madre, cariñosamente, conseguía que se levantara, y se fuera a dar una vuelta con el “maestrillo”.
-Este chico…, decía el herrero, su padre, tiene que estar muy cansado… ¿No te parece…? Por eso duerme tantas horas…
En realidad, Mc se entregaba al sueño, como forma de huir de sí mismo…
Ya no le satisfacían los rostros de las revistas, porque, poco a poco, se iba formando la imagen de un rostro ideal, incomparable, sublime, que le sonreía en sus momentos de soledad, que le acompañaba a todas partes.
En los atardeceres, él y su amigo, jugaban a encontrar figuras en las nubes pasajeras, aunque Mc, deseaba que aquellos errantes vapores, se condensaran, aunque fuera un brevísimo instante, dando forma a la adorable cabeza de su amada imaginaria…, que, para él, era real, muy real...
Sacó, por ultima vez, ese viejo atlas, del ingenuo y casual escondite, y destruyó, sin mirarlas, todas las páginas de revistas, pues temía que esos rostros, pudieran distorsionar la nueva y única imagen, para la que ningún soporte físico era suficiente.
Se llenó los bolsillos con aquellos minúsculos fragmentos de papel, innecesarios ya, y, alejándose del pueblo, los fue arrojando al aire, para ver cómo el agradable viento de junio, jugaba con ellos y los dispersaba por los campos…
Y esa noche, asomado a su ventana, mientras escuchaba el eterno canto de los grillos y los gritos de algún ave nocturna, que cruzaba, apresurada, sonrió…
¡Tenía todo el verano por delante, y debía disfrutarlo plenamente…!
Porque…, ¡el tiempo pasa tan rápido…!


(Archivo: cuevadelcoco).










1 comentario:

félix dijo...

Veo con agrado que la saga continua, yo con un capítulo cada dos semanas me conformo.
Gracias coco.