Con una simple hoja de papel,
es posible hacer muchas,
muchísinas cosas...
Desde las construcciones más sencillas,
hasta las puñeteramente complicadas...
Lo primero que aprendí,
fue la caja de mantecadas...
Al llegar esta época,
mi abuela,
se colocaba su delantal de trabajo,
y, sobre la mesa cubierta
con losa de mármol,
comenzaba sus misteriosos ritos,
consistentes en mezclas,
entre las que prevalecía la harina...
Mi padre, en la otra mesa de la cocina,
se dedicaba, pacientemente,
a cortar hojas tamaño folio,
en cuatro partes iguales...
Luego, ¡oh, maravilla!,
surgía la primera cajita...
- Anda..., enséñame...
Y me enseñó...
¡Hay que jorobarse...!
Desde entonces,
el doblado y desdoblado de las cajitas,
fue mi tarea...
Una, dos..., catorce, treinta y cinco...,
bien..., podía soportarse...
Pero cuando se han hecho más de doscientas cajitas,
eso se convierte en una tortura...
Al final, la abuela decía:
- Creo que ya vale...
¡Uffffffffff...!
Por eso, y en memoria de mi abuela,
de mi padre, y del colegial que era yo entonces...,
vamos a construir la primera caja para mantecadas...
¡Ánimo, que está chupado...!
(Archivo: cueva del coco).
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