EL RETORNO DE MC MAKHARRA.
SEGUNDA PARTE.
CAPÍTULO 3.
Fin de trayecto.
El viajero, entumecido, helado de frío, hambriento, llegó a Zaragoza cerca de las tres de la tarde.
Aferrado al asa de su maleta, como su fuera el único asidero del que dependiera su salvación, entró en el espacioso lugar, bastante cutre, y plagado de corrientes de aire, al que un cartel, descolorido, amarillento, con letras desvaídas y alguna casi borrada, intitulaba "Restaurante de la Estación".
Fuera, la lluvia, fina en un principio, se había tornado en escandaloso chaparrón.
Alguien dijo: -Arriba, es nieve segura...
Arriba, donde él, el solitario, que presentía unas navidades tristes, debía de llegar.
Un camarero de acento brusco, le preguntó qué quería tomar.
Apenas si pudo entreabrir la boca, para pedir algo caliente, lo que fuera...
El camarero, lo observó un instante.
Y, haciéndole un gesto para que lo siguiera, lo introdujo en la cocina del "restaurante", y le indicó una silla y una mesa, cerca de una estufa de leña...
Luego, desapareció más adentro todavía, para volver, al cabo de media hora con una bandeja,
que depositó sobre la mesa.
No la cubría ni un triste mantel...
La madera, rajada, llena de cortes e inscripciones, había pasado a ser de segunda o tercera fila, en la categoría de las mesas.
No servía para el público...
-Aquí tiene usté..., ¡que parece más muerto que vivo...!
Iba a dar las gracias, pero el camarero le soltó, sin contemplaciones: -Déjese de cumplidos, y reponga fuerzas... Que aún tiene un buen trecho hasta la montaña... Y no me pregunte por qué lo sé...,pero el caso es que lo sé... Del Sur al Norte... Es lo que más se ve en estos días...
Siguiendo su consejo, se aplicó a calmar su hambre, tomándose un caldo caliente, que le sacó el frío del cuerpo, y luego, atacó el resto de las viandas...
¡Qué apetitoso estaba todo...!
Al fin, sintiéndose un hombre nuevo, consultó su reloj y comprobó que le quedaban más de dos horas para el último tren, ese tren al que aún se resistía a subir...
Cuando llamó para pedir la cuenta, no acudió nadie...
Insistió, pero nadie atendía su llamada...
Pasaba el tiempo, se acercaba la hora de sacar el billete, y aquello estaba más desierto que un páramo castigado por el cierzo.
Tras un último intento, desistió... Bien..., después de sacer el billete, volvería, pues no era cosa de irse sin pagar...
Y sin pagar se fue, porque no encontró a nadie...
Preguntó a quien pudo, mas no recibió respuesta clara... -El camarero..., ¡por ahí estará...!
Subió al tren, sintiéndose un delincuente...
"- Anda, que se se chiva a la Guardia Civil... Buen comienzo voy a tener..."
Pero no sucedió nada.
Se prometió que a la primera ocasión en la que pudiera regresar para ver a su familia, buscaría al camarero y le pagaría,¡ya lo creo que le pagaría...! ¡No faltaría más...!
El tren, comenzó a moverse despacio, y hasta que no dejó bastante atrás la capital, no aumen-
tó la velocidad...
De unas rejillas, situadas bajo los asientos, brotaba aire cliente, hecho que le sorprendió.
El revisor, le causó un sobresalto:" -Ahora es cuando me pide explicaciones por largarme sin pagar..."
Pero el revisor, se limitó a pedirle el billete, lo picó, como hacían los revisores de antaño, y
no volvió a verlo...
Más allá de los cristales, la noche, y estaciones azotadas por el viento.
"-¿Habré hecho bien en meterme en esta aventura...?"
Tarde era para una pregunta así...
El tren se detuvo durante bastante tiempo en un lugar del que no pudo saber el nombre...
La débil lámpara que pretendía sacar al andén de las sombras, se bamboleaba con las frías ráfagas...
Sin darse cuenta, se fue adormeciendo, y era grato, y se estaba bien...
Una mano desconocida, lo sacudió para que saliese de su sueño, y oyó decir: -¡Hala, hombre, que estamos a diez minutos de Leoria...!
Era el revisor.
¡Fin de trayecto...!
Aferrado al asa de su maleta, como su fuera el único asidero del que dependiera su salvación, entró en el espacioso lugar, bastante cutre, y plagado de corrientes de aire, al que un cartel, descolorido, amarillento, con letras desvaídas y alguna casi borrada, intitulaba "Restaurante de la Estación".
Fuera, la lluvia, fina en un principio, se había tornado en escandaloso chaparrón.
Alguien dijo: -Arriba, es nieve segura...
Arriba, donde él, el solitario, que presentía unas navidades tristes, debía de llegar.
Un camarero de acento brusco, le preguntó qué quería tomar.
Apenas si pudo entreabrir la boca, para pedir algo caliente, lo que fuera...
El camarero, lo observó un instante.
Y, haciéndole un gesto para que lo siguiera, lo introdujo en la cocina del "restaurante", y le indicó una silla y una mesa, cerca de una estufa de leña...
Luego, desapareció más adentro todavía, para volver, al cabo de media hora con una bandeja,
que depositó sobre la mesa.
No la cubría ni un triste mantel...
La madera, rajada, llena de cortes e inscripciones, había pasado a ser de segunda o tercera fila, en la categoría de las mesas.
No servía para el público...
-Aquí tiene usté..., ¡que parece más muerto que vivo...!
Iba a dar las gracias, pero el camarero le soltó, sin contemplaciones: -Déjese de cumplidos, y reponga fuerzas... Que aún tiene un buen trecho hasta la montaña... Y no me pregunte por qué lo sé...,pero el caso es que lo sé... Del Sur al Norte... Es lo que más se ve en estos días...
Siguiendo su consejo, se aplicó a calmar su hambre, tomándose un caldo caliente, que le sacó el frío del cuerpo, y luego, atacó el resto de las viandas...
¡Qué apetitoso estaba todo...!
Al fin, sintiéndose un hombre nuevo, consultó su reloj y comprobó que le quedaban más de dos horas para el último tren, ese tren al que aún se resistía a subir...
Cuando llamó para pedir la cuenta, no acudió nadie...
Insistió, pero nadie atendía su llamada...
Pasaba el tiempo, se acercaba la hora de sacar el billete, y aquello estaba más desierto que un páramo castigado por el cierzo.
Tras un último intento, desistió... Bien..., después de sacer el billete, volvería, pues no era cosa de irse sin pagar...
Y sin pagar se fue, porque no encontró a nadie...
Preguntó a quien pudo, mas no recibió respuesta clara... -El camarero..., ¡por ahí estará...!
Subió al tren, sintiéndose un delincuente...
"- Anda, que se se chiva a la Guardia Civil... Buen comienzo voy a tener..."
Pero no sucedió nada.
Se prometió que a la primera ocasión en la que pudiera regresar para ver a su familia, buscaría al camarero y le pagaría,¡ya lo creo que le pagaría...! ¡No faltaría más...!
El tren, comenzó a moverse despacio, y hasta que no dejó bastante atrás la capital, no aumen-
tó la velocidad...
De unas rejillas, situadas bajo los asientos, brotaba aire cliente, hecho que le sorprendió.
El revisor, le causó un sobresalto:" -Ahora es cuando me pide explicaciones por largarme sin pagar..."
Pero el revisor, se limitó a pedirle el billete, lo picó, como hacían los revisores de antaño, y
no volvió a verlo...
Más allá de los cristales, la noche, y estaciones azotadas por el viento.
"-¿Habré hecho bien en meterme en esta aventura...?"
Tarde era para una pregunta así...
El tren se detuvo durante bastante tiempo en un lugar del que no pudo saber el nombre...
La débil lámpara que pretendía sacar al andén de las sombras, se bamboleaba con las frías ráfagas...
Sin darse cuenta, se fue adormeciendo, y era grato, y se estaba bien...
Una mano desconocida, lo sacudió para que saliese de su sueño, y oyó decir: -¡Hala, hombre, que estamos a diez minutos de Leoria...!
Era el revisor.
¡Fin de trayecto...!
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