Lo vi entre dos luces, en las prximidades de la primavera, tendría yo nueve años entonces. Al principio, me pareció humo negro, sobre el tejado del viejo convento...
Pero, a la luz de la luna creciente, distinguí su figura, alta, sombría... Y supe que me estaba mirando... Sentí un breve escalofrío, y quise refugiarme en la seguridad del interior de mi casa, pero la curiosidad fue más fuerte...
Su rostro, triste y melancólico, que reflejaba la sabiduría de quien ha vagado por el mundo durante cientos de años, no expresaba ninguna amenaza... Acaso el deseo de comunicarse con alguien, de romper su espantosa soledad... Durante muchas noches, y ya había llegado la primavera, salí a la terraza, y allí estaba, siempre sobre e tejado del convento... Nunca se aproximó...
Cierto día, dejó de visitarme... Y lo eché de menos...
Su rostro, triste y melancólico, que reflejaba la sabiduría de quien ha vagado por el mundo durante cientos de años, no expresaba ninguna amenaza... Acaso el deseo de comunicarse con alguien, de romper su espantosa soledad... Durante muchas noches, y ya había llegado la primavera, salí a la terraza, y allí estaba, siempre sobre e tejado del convento... Nunca se aproximó...
Cierto día, dejó de visitarme... Y lo eché de menos...
Siempre silencioso...
Siempre inquietante...
Hasta que también desapareció de mis horas nocturnas...
Claro, que, había pasado el tiempo, y yo ya estaba en los albores de mi adolescencia...
Recordaba, con nostalgia, aquellos días lejanos...
Cada vez más lejanos...
Y nunca supe qué fue del vampiro, ni volví a contemplar su silueta entre dos luces...
¿A dónde se iría, volando entre los vientos de la noche...?
¡Quién sabe...!
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