Sigüés. Zaragoza.
Se suele decir
que no debemos volver a los lugares
donde hemos sido felices...,
o lo contrario...
Pasó el día de Navidad,
y el 26 de diciembre,
por la carretera antigua de Zaragoza,
alcanzamos el Puerto de Oroel...,
y seguimos adelante...
Llegamos a Sigüés, y me pareció un lugar extraño...
Muy diferente de aquel otoño,
cuando corría por los caminos,
entraba en la viñas,
y los agricultores me ofrecían hermosos racimos
de dulcísimas y sabrosas uvas negras...
Un otoño "amarillo"...
Yo le recuerdo así...
Vivíamos en una casa de recios muros de piedra,
orientada al sur.
El edificio de las escuelas,
donde mi padre se ocupaba de una "unitaria",
es decir, un aula donde se juntaban chicos y grandes,
era de una sola planta.
A la izquierda, el maestro.
A la derecha, la maestra.
Y eso era todo...
En los armarios, al fondo de la clase,
abundancia de libros, que yo devoraba...
Fue un otoño amable, muy tibio,
y muy seco, también...
Higueras por todas partes...
Pero aquello duró poco.
Trasladaron a mi padre a un pueblo,
cerca del pantano de Yesa,
continuamente envuelto en nieblas,
y de allí, me mandaron de vuelta, con mis abuelos.
Ese día de diciembre, cuando faltaba muy poco
para estrenar el último año del siglo XX,
intentaba extraer recuerdos, y hallé muy pocos...
La casa, había cedido al embate del tiempo,
de las lluvias y del abandono,
y apenas si quedaban de ella
unos muros derruídos, piedras sueltas,
y una triste sensación de lejanía en el tiempo...
¿Yo había vivido allí...?
¿Dónde estaba el balcón por el que me asomaba al descampado?
La pequeña ventana del cuarto de mis padres,
que olía siempre a romero y lavanda,
tampoco existía...
Algunas calles, la plaza, la iglesia...,
sí, estaban como yo las recordaba...
Pero, el resto, huído de mi memoria,
ya nada me evocaba...
El edificio de las escuelas,
tenía otro uso...
Y salimos de allí...
Durante el regreso, apenas dije nada...
El tiempo es implacable,
y, aun así,
pretendemos abarcar el pasado y el presente...
Y nunca es posible...
(Archivo: cuevadelcoco.)
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