"El río de un verano".
Obra de Mateo Lahoz.
Aquel verano tuve un amigo.
Amigos, lo cierto es que tenía varios,
pero, yo no sé por qué,
me encontré sin ninguno.
Una tarde de principios de junio,
vino a casa con una caja llena de tebeos.
y, en mi cuarto, comenzamos a leer.
"¿Quieres que quedemos mañana...?", me preguntó.
Y al día siguiente, sobre las diez,
vino a buscarme.
Después del atracón de tebeos,
yo necesitaba un libro,
ese libro en el que iba por la mitad.
Él también llevaba uno.
Y nos fuimos a un lugar fresco y acogedor,
bajo los pinos de la avenida que daba al valle.
Las montañas, al norte, aún conservaban manchas de nieve.
Esa tarde, fui yo a su casa,
vivíamos cerca.
Y de allí, comenzamos la primera de las exploraciones
a lo largo del río, del más pequeño,
pródigo en ranas, de pececillos,
de pozas que parecían bañeras naturales,
llenas de agua tibia.
¡Junio...!
Todo un verano por delante...
¿De qué hablábamos...?
Recuerdo confusamente aquellas conversaciones,
intercambio de recuerdos,
de ilusiones y esperanzas...
El futuro aún se encontraba lejos.
Mientras, las aguas iban desvelando sus secretos:
Las charcas preferidas de las ranas,
los remansos habitados por los peces,
siempre nerviosos, siempre inquietos,
asustadizos y desconfiados
En algún lugar, junto a la orilla,
sentados en alguna piedra plana,
devorábamos nuestras meriendas.
La luz de la tarde se tornaba dorada.
Callábamos entonces,
contemplando el ocaso,
reflejado en el agua.
En cierta ocasión,
atrapamos una rana.
Nos miraba con sus ojos saltones,
asustada quizás.
Y la devolvimos al agua.
Luego, el regreso.
"¡Hasta mañana...!"
"¿Como siempre...?"
No hacía falta preguntarlo.
¡Las chicas...!
Alguna vez, hablábamos de ellas,
y callábamos...
Acaso un rostro
de quien ya dejaba de ser niña.
Una sonrisa leve.
Una mirada fugaz.
Pero, luego, pasaban al olvido.
La belleza de la tarde,
era mucho más cautivadora en ese momento...
Julio y agosto pasaran como un sueño,
un breve y dulce sueño.
Las tormentas de septiembre,
seguidas de una lluvia fina y constante,
nos retenían en casa.
Después,
el inconfundible olor del otoño.
Sí, ese verano tuve un amigo...
¿Dónde estás ahora,
compañero de pequeñas aventuras,
tarde tras tarde...?
Te recuerdo,
y deseo que tu vida
haya sido y siga siendo feliz.
(Archivo: cuevadelcoco.
Imagen: Mateo Lahoz).
Amigos, lo cierto es que tenía varios,
pero, yo no sé por qué,
me encontré sin ninguno.
Una tarde de principios de junio,
vino a casa con una caja llena de tebeos.
y, en mi cuarto, comenzamos a leer.
"¿Quieres que quedemos mañana...?", me preguntó.
Y al día siguiente, sobre las diez,
vino a buscarme.
Después del atracón de tebeos,
yo necesitaba un libro,
ese libro en el que iba por la mitad.
Él también llevaba uno.
Y nos fuimos a un lugar fresco y acogedor,
bajo los pinos de la avenida que daba al valle.
Las montañas, al norte, aún conservaban manchas de nieve.
Esa tarde, fui yo a su casa,
vivíamos cerca.
Y de allí, comenzamos la primera de las exploraciones
a lo largo del río, del más pequeño,
pródigo en ranas, de pececillos,
de pozas que parecían bañeras naturales,
llenas de agua tibia.
¡Junio...!
Todo un verano por delante...
¿De qué hablábamos...?
Recuerdo confusamente aquellas conversaciones,
intercambio de recuerdos,
de ilusiones y esperanzas...
El futuro aún se encontraba lejos.
Mientras, las aguas iban desvelando sus secretos:
Las charcas preferidas de las ranas,
los remansos habitados por los peces,
siempre nerviosos, siempre inquietos,
asustadizos y desconfiados
En algún lugar, junto a la orilla,
sentados en alguna piedra plana,
devorábamos nuestras meriendas.
La luz de la tarde se tornaba dorada.
Callábamos entonces,
contemplando el ocaso,
reflejado en el agua.
En cierta ocasión,
atrapamos una rana.
Nos miraba con sus ojos saltones,
asustada quizás.
Y la devolvimos al agua.
Luego, el regreso.
"¡Hasta mañana...!"
"¿Como siempre...?"
No hacía falta preguntarlo.
¡Las chicas...!
Alguna vez, hablábamos de ellas,
y callábamos...
Acaso un rostro
de quien ya dejaba de ser niña.
Una sonrisa leve.
Una mirada fugaz.
Pero, luego, pasaban al olvido.
La belleza de la tarde,
era mucho más cautivadora en ese momento...
Julio y agosto pasaran como un sueño,
un breve y dulce sueño.
Las tormentas de septiembre,
seguidas de una lluvia fina y constante,
nos retenían en casa.
Después,
el inconfundible olor del otoño.
Sí, ese verano tuve un amigo...
¿Dónde estás ahora,
compañero de pequeñas aventuras,
tarde tras tarde...?
Te recuerdo,
y deseo que tu vida
haya sido y siga siendo feliz.
(Archivo: cuevadelcoco.
Imagen: Mateo Lahoz).
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