miércoles, 25 de febrero de 2015
EL RETORNO DE MC MAKHARRA. SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO 4.
EL RETORNO DE MC MAKHARRA.
SEGUNDA PARTE.
CAPÍTULO 4.
No siempre lo mejor de un viaje es la llegada...
No siempre...
Ya lo anunciaba Antonio Machado en uno de sus poemas:
"...ay del pobre peregrino
si se para a meditar,
después de largo camino
en el horror de llegar..."
A veces, la llegada supone incertidumbre..., desasosiego, impaciencia, arrepentimiento...
Y, por fin, el viajero, llegó a Leoria una noche de diciembre, cercana a la Navidad. Por entonces, Leoria quedaba a algo más de dos kilómetros de la estación, aunque también puede decirse al revés... Bajó al andén, y un viento cortante, un viento cruel y despiadado, azotó su rostro y hasta logró que le lloraran los ojos...
-¡Qué horror de frío...!, dijo el viajero, más con el pensamiento que con palabras, porque tenía la sensación de haberse quedado helado. Aún tuvo tiempo de ver cómo el tren seguía su camino hacia el norte, donde el invierno sí que era crudo, una especie de Siberia, concentrada en un pequeño territorio fronterizo...
Desde la puerta del vestíbulo, oyó una voz, algo ronca, y limada por el viento nocturno:
-¡Hala, maño! Suba al coche, que si se queda usté allí, se le van a helar los güevos!
Era el conductur del autobús, si así podía llamarse a ese dinausario con ruedas, al que se accedía por la puerta opuesta al conductor, y del que se descendía por detrás, a través de otra puerta, semejante a la de algunos todo terrenos actuales.
¡Más de una vez hice el trayecto en ese vehículo arquetípico, que, como en Leoria son así, el día que lo jubilaron, en vez de darle un honroso descanso en algún lugar digno y a cubierto, lo abandonaron en un descampado...
Ya contaré este suceso alguna vez...
Subió el viajero, y preguntó, entre tiriteras, el precio del billete.
-No... No hay billete..., dijo el conductor, ...pero con dos cincuenta, lo llevo ande diga...
Por cierto... ¿Viene a currar en la compañía...? ¿Sí?
Y antes de darle tiempo a responder, le soltó:
-Tranquilo, que yo le digo dónde s´a de parar... que no es el primero... Ande, siéntese...
Tenía el "coche de la estación", como era llamado allí, dos bancadas corridas, pegadas a los lados, con lo que, los viajeros, forzosamente habían de verse las caras. No tenía nada de cómodo... No es fácil, hablando de incomodidades, decidir qué es peor... Si el traqueteo del tren, o el del "coche". Los pasajeros, bien resguardados del frío con gruesos abrigos, bufandas, guantes, y cuanto impide su paso a la epidermis, apenas hablan.
El "coche" se detiene de vez en cuando... Alguien, algunos, bajan, y se despiden del conductor, que, a pesar de los rigores del clima, sólo se protege con un jersey, sobre una camisa a cuadros,
cuyos faldones asoman bajo la prenda de lana...
-¡Eh, usté! !El de la compañía! Métase por esa calle de la izquierda, hasta que llegue a un bar que se llama "La Viña", y pregunte. Está abierto hasta las mil, así, que si el Agripino va de buen humor, hasta le dará algo pa que se caliente el cuerpo, y lo acomodará donde pueda dormir...
-¡La puertaaaa!!!, gritan varios pasajeros.
-¡Menos protestas, que aún no he cenao!, replica el conductor, Y el hombre tendrá que bajar, ¿no!
!Cualquiera le dice nada al buen Primitivo, con su metro noventa y unas espaldas dignas de un gladiador.
El viajero se baja precipitadamente, avergonzado, mientras el vehículo sigue su ruta, callejeando bajo las mortecinas luces de las farolas.
Y, a causa del frío, no distingue dónde termina su mano, aterida, y dónde comienza la helada asa de la maleta.
Encuentra el bar, tasca en realidad, sin dificultad alguna, y, a partir de allí, ya no sabrá si todo ha sido un sueño...o una fantasía...
Y como en un sueño, cena lo que le sirven, sigue al tabernero por unas escaleras prácticamente a oscuras, salvo una bombilla, allá arriba, que no puede con el milagro de alumbrar tantas sombras, y se encuentra en una pequeña habitación... Algo le dice el tabernero, pero ya no lo oye...
Al día siguiente, las campanas lo despiertan.
¡Es domingo!
Abre las contraventanas, y un resplandor blanco llena sus ojos, hasta hacerle daño.
Ha nevado mientras dormía...
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