El retorno de Mc Makharra. Segunda parte.
Capítulo II.
Un largo viaje en tren.
No deja de estremecerle el largo viaje..., que aún no ha comenzado.
Sabe que será duro, incómodo, frío, insoportable en ocasiones, y que, más de una vez, sentirá la tentación de apearse en cualquier estación..., buscar una casa de huéspedes, y dormir en una cama acogedora, aunque sea la de una habitación solitaria e impersonal, con la botella de agua en la mesilla, y un vaso, puesto del revés, para que no entre polvo en la botella, de boca ancha... Esperar el nuevo día entre sueños, y regresar...
Todavía no ha subido al tren..., que se retrasa siempre...
Está a tiempo de mandarlo todo a paseo, y volver, volver a casa...
El tren se aproxima, lentamente, con sus faros rasgando la oscuridad de la noche de diciembre.
Aprieta con fuerza el asa de su maleta, una maleta, no elegante, pero sí resistente, con correas para asegurarse de que no se abra accidentalmente, o de que no la abra nadie... Y si han de hacerlo, que se lo piensen dos veces... Una maleta "Gladiator", como las que anuncian en la televisión...
El largo convoy se detiene... Y él, se encamina a los vagones de tercera, y lo hace deprisa, no por miedo a perder el tren, sino por si vuelve a pasar por su mente la tentación..., la dulce tentación...
Sube a un vagón, lleno de soldados, que, como siempre, gritan, vociferan, cantan, maldicen, discuten, y nunca se sabe si se van de permiso o vuelven de sus lugares de origen... Se lo piensa dos veces, y sigue adelante, hasta dar con uno que está vacío, completamente vacío. Se detiene un momento, observando aquel espacio alargado, sin compartimientos, y busca la forma de acomodarse junto a un radiador que funcione..., si ello es posible. Un poco más allá de la mitad, parece ser el sitio adecuado.
Se pregunta si funcionará toda la noche, o dejará de emitir su benéfico calorcillo en esas horas de la madrugada, cuando el frío se convierte en agujas de cristal, que laceran todo el cuerpo...
¡Quién sabe...!
Tras varias sacudidas, el tren se pone en marcha, definitivamente...
La estación se ha quedado desierta. Llueve. Una llovizna tenue que evoca el calor familiar, la hora de la cena, la cotidiana y amistosa pelea con los chicos, para que se vayan a dormir... Y el grato bienestar, junto a ella, que suspira como si dijera "¡...al fin solos...!", una noche más...
Pero no, no quiere, se resiste, lucha... Tiene que seguir adelante... Y cuanto menos se piense, mejor...
Coloca la maleta en la rejilla. Se quita el abriga, y se lo coloca sobre los hombros, como si fuera una capa...
"- Llévate un buen abrigo, que por ahí arriba hace mucho frío..."
Solo. En un vagón de tercera. Y de noche... Si fuera de día, quizá pudiera distraer la mirada en el paisaje,
contemplar los pueblos por donde pasa, la improvisada algarabía de las estaciones, que se disuelve como una gaseosa "Armisén", en cuanto el tren prosigue su marcha...
Pero no... Fuera, sólo oscuridad...
Hay dos demonios que lo acompañan en ese viaje: Uno, que tira de él hacia atrás, y otro, que le hace desear que ese viaje sea interminable, que no tenga fin en ninguna estación... , ni en ningún destino... Porque, lo que de verdad atemoriza el espíritu, es la incertidumbre... El no saber... El miedo nace de lo desconocido, de ser incapaces de prever los acontecimientos...
En una estación, sombría y mal iluminada, el tren se detiene y dos viajeros, entran en el vagón. Se sitúan en un extremo, y los oye hablar, a veces a gritos. Y el humo del tabaco llega hasta él. Un tabaco fuerte, "picadura" de la Tabacalera, esos paquetes que llevaban el escudo nacional, impreso en verde y negro, sobre papel pardo.
Recuerda el tabaco "de señorito", que fumaba su padre. "Winston", nada menos. Recuerda también el chasquido del encendedor, que siempre guardaba con mucho celo, pues era de oro. Le agradaba el simpático olor del tabaco rubio. Pero jamás fue fumador... Cuando sus amigos, allá por los catorce o quince años, hacían alarde de hombría, fumando a escondidas, en lugares donde no pudieran sorprenderlos, lo incitaban a dar unas chupadas, siempre se negaba.
"-¡Fumar es de hombres!", le decían.
Y le gastaban bromas y le soltaban pullas, y, siempre terminaba marchándose a su casa, mientras se oía algún insulto, bastante subido de tono.
Los dos viajeros, fuman incansablemente. Al menos, cuando fuman, callan. O hablan más bajo.
"- Mañana apestaré a tabaco..."
Mira la hora en su reloj de pulsera. Un reloj de cuerda, que conserva con cariño, regalo de la Primera Comunión.
Entonces, le parecía grande.
"- Cuando crezcas, ya no lo parecerá..."
Apenas si han pasado tres horas... Y el convoy sigue en el mismo sitio...
De pronto, como un relámpago, cruza otro tren, a gran velocidad.
"- ¡¡¡Tren de ricos!!!", dice uno de los fumadores. El otro, intenta reír, pero, entre el humo del tabaco y que no debe tener muy sanos los bronquios, todo se resuelve en toses, que parecen brotar del interior de una caverna...
Arranca el tren por fin...
Y consigue quedarse dormido...
Al abrir los ojos, percibe una tenue claridad en el horizonte... Una claridad tímida, como si temiera rasgar el misterio de la noche...
"- Falta poco para Madrí...", dice uno de los dos viajeros...
¡Madrid!
"- ¿Tánto he dormido...?"
Y se siente envuelto en una inquietud imprecisa, y sabe que ya no hay vuelta atrás... Siente en el pecho un dolor que no es un dolor, sino una sensación de angustia que le deja el pensamiento entumecido, si ello es posible..., pues aún no se han despejado las telarañas del sueño...
¡Madrid! ¡El comienzo de una nueva etapa de su vida...!
Aún queda mucho viaje por delante, hasta el Norte, casi en la frontera...
Y, suspirando, contempla cómo va amaneciendo..., lentamente..., muy poco a poco...
(Archivo: cuevadelcoco).