jueves, 31 de agosto de 2023

Días de verano... (11) ¡Querida abuela...!










 

¡Querida abuela...!

31 de agosto... 

Ha sido un mes de contrastes.

Muchísimo calor, y días fríos...

Este año, has tenido tus geranios,

esos geranios "de áspera fragancia y roja flor",

que cuidabas con cariño...

Al final de la tarde, 

el abuelo llenaba de agua la vieja regadera,

para refrescarlos 

de los implacables ardores del sol.

Con la mirada, perdida en la lejanía,

seguramente evocabas otros tiempos,

que, acaso, fueron para ti

más dorados y llenos de luz...

En la ciudad, cerca de la frontera,

han cambiado muchas cosas.

Demasiadas.

Pero aún hay rincones 

por donde el tiempo y la piqueta destructiva,

todavía no han hecho mella...

Rostros nuevos en las calles,

y, entre ellos, alguno conocido.

Muy pocos.

¡Ay, abuela...!

Viajamos en el tiempo,

y sin darnos cuenta,

dejamos años detrás...

Esa mañana de agosto, calurosa, te recordé,

 mientras colocaba los dos tiestos de geranios...

Al fondo, la Montaña, impasible,

reducida a una silueta, por la calima...

Y el momento de decirte adiós...

Aunque los adioses no existen...

Te llevo conmigo,

entre mis recuerdos más preciados...

Y, como siempre...

¡Te quiero, abuela...!










(Archivo: cuevadelcoco.

Imagen: mirarlook/cuevadelcoco).







viernes, 4 de agosto de 2023

Días de verano... (10) Despedidas y regresos...






"La llegada".

Obra de Cristóbal Toral.



Durante muchos meses, 

la casa era un lugar solitario.

Habitaciones en las que apenas entrábamos,

sobre todo en invierno...

Mis abuelos y yo, 

contemplábamos el ciclo de las estaciones.

El otoño y su grata monotonía.

El invierno, duro, frío y oscuro.

La primavera, que alegraba un tanto el espíritu,

con sus días, que iban creciendo lentamente.

Florecían los melocotoneros de la terraza,

los ciruelos del jardín vecino,

el peral, cargados de años ,

y la parra, que retornaba a la vida,

mientras sus hojas, tiernas y diminutas,

asomaban tímidamente al sol de abril...

Sí, quizás la primavera contenía una esperanza...

A finales de junio, comenzaban los regresos.

Y, en julio, la casa ya estaba llena.

Una avalancha de tíos, primos, 

primas, tíos abuelos...,

y mis padres y mi hermano.

La abuela se alegraba, 

no cabía en sí de gozo,

y no sabía qué hacer para contentarlos a todos...

Ella, en el fondo, 

tenía una pena que no deseaba mostrar...

Su hermano Paquito, 

que emigró a Buenos Aires con su mujer.

Llegaban cartas desde el otro lado del Atlántico,

pero Paquito,

que se fue en el año 33, no regresaba.

En alguna ocasión, nos hablaba de él.

"-...cuando venga mi hermano Paco, 

os va a llenar de regalos,

os dará todos los caprichos...".

Pasaba el tiempo,

y todo quedaba en un ir y venir de cartas.

Argentina había dejado de ser un país rico.

La moneda por los suelos.

"...cuando suba la moneda, volveremos a España..."

Mi abuelo llamaba a esto "la eterna canción".

Mientras, la casa se llenaba de voces alegres,

de risas de niños,

de cenas bajo la parra...

Mientras, a lo lejos, pitaban los trenes...

Que aún cruzaban la frontera,

porque la línea no se había interrumpido.

¡Ay, los trenes...!

Aquellas locomotoras, gigantes, pesadas,

que resoplaban en la estación,

como caballos impacientes...

Mañanas de verano...

Me gustaba salir a la terraza, muy temprano,

para contemplar el milagro

de las campanillas azules, recién abiertas...

El rocío de la noche, en sus delicadas corolas...

¡Tantas cosas cabían en el verano...!

La estación plena de luz...








(Archivo: cueva del coco).