Castillo de San Pedro. Jaca.
Dibujo de Mateo Lahoz.
EPÍLOGO.
Dibujo de Mateo Lahoz.
EPÍLOGO.
Obligado, casi forzoso, es el hecho de referirse a varios de los personajes, que, de una manera u otra, concurrieron en lo sucedido en aquel lejano, y un tanto olvidado diciembre. Y digo olvidado, porque hubo jornadas más brillantes, al menos en apariencia, que mermaron lustre al intento de sublevación, que conmocionó al país, y que daría lugar a un tiempo incierto, apasionante para unos..., y triste para otros...
Comenzaremos por el viajero. Permaneció durante todo el día, en aquella habitación helada, hasta que el dueño de "La Quieté", lo sacó de allí y lo alojó en una cómoda y caliente habitación del hotel. Recuperó fuerzas, descansó, y, al día siguiente, dejando de lado las visitas previstas en su agenda, tomó el tren y regresó a Madrid. En años sucesivos, desarrolló su profesión de viajante/representante, sin volver a acercarse a aquella ciudad, que intentó borrar de su memoria, por los momentos angustiosos que vivió en ella. Tomó una nueva ruta, desde Madrid hacia Levante y al Sur. Por fin, decidió que ya estaba bien de madrugadas y de vestíbulos de estaciones y hoteles. Vendió cuanto poseía, que no era poco, pues siempre llevó una vida austera y comedida, y se afincó en Portugal, un poco antes de que llegara aquel mes de julio del 36. Abrió un almacén de productos variados, y, como consiguiera un compromiso con cierto cultivador de café, en Sudamérica, se convirtió en el más afamado distribuidor de este aromático producto. Jamás regresó a España, y, aunque la "morriña" iba y venía por su cabeza, resistió la tentación de volver. A los sesenta años, traspasó o vendió el establecimiento. Viajó por el país en busca de un lugar soleado, hasta que lo halló, al sur de Lisboa, frente al Atlántico. Luego, se trasladó a Florida, y residió bastante tiempo, en la extensa finca de un primo suyo, por parte de madre. Visitó la costa oeste, y se quedó maravillado por el sol de California. A partir de allí, sus amigos no tuvieron más noticias... Y nada más se supo de él... El otoño anterior al ataque de Pearl Harbor por la aviación japonesa, apareció un libro titulado "Donde quieran los vientos", que tuvo muy buena acogida y considerable éxito, donde se narraban las peripecias de un viajante de comercio, firmado por Horace J. Preston... Como es natural, en la España de los cuarenta, nadie reparó en él...
La menor de las dos hermanas Fuenclara, continuó con su vida de siempre..., hasta el 14 de abril. No hablaba con nadie, buscaba la soledad, paseaba por sendas y caminos, rehuyendo toda compañía... A veces, subía al desván, se sentaba en alguna vieja silla, y permanecía allí, con la mirada fija en un punto, que se hallaba más allá, mucho más allá, de aquel sombrío recinto... Cierto día, y con gran pesar de la familia, cruzó la frontera, y se fue a vivir con unos parientes, que regentaban una granja en las afueras de Pau... Parece ser que le sentó bien el contacto con la naturaleza, la vida sencilla y la distancia que la separaba de aquellos acontecimientos, que siempre le parecieron irreales, como si no los hubiera vivido... Regresó en los primeros días de agosto de 1936, y, muy a su pesar, fue recibida como una heroína... Las dos hermanas, iban juntas a todas partes. Apenas si hablaban entre ellas. Y, sobre aquel episodio de un día de diciembre, jamás hicieron comentario alguno.
El Padre Amadeo de Olite, pidió a sus superiores ser destinado a las Misiones de América del Sur, y allí permaneció el resto de su vida. No quiso presenciar todo cuanto había contemplado en sus sueños y visiones premonitorias. Alcanzó fama de santo, y fue muy venerado en la región donde desarrolló su labor evangelizadora. Mas, por encima de todo, permaneció el recuerdo de su bondad, comprensión y tolerancia. Según noticias enviadas a España por otros miembros de la misión, su vida se fue apagando lenta y apaciblemente, próximo a los cien años de edad.
La familia de Paquito Quílez, abandonó la ciudad en la primavera de 1940. Se establecieron en Valencia, donde prosperaron y hallaron una vida cómoda y plena de posibilidades para sus hijos. Paquito, estudió Medicina, el sueño que guardaba en su interior desde niño. Poco a poco, dejaron de escribirse con los parientes y amigos del norte de Aragon. En un intento, quizás, de olvidar una tierra de duros y largos inviernos, y otros recuerdos de ingrata memoria.
Y así, esta historia, llega a su final.
Zaragoza, 31 de enero.
La menor de las dos hermanas Fuenclara, continuó con su vida de siempre..., hasta el 14 de abril. No hablaba con nadie, buscaba la soledad, paseaba por sendas y caminos, rehuyendo toda compañía... A veces, subía al desván, se sentaba en alguna vieja silla, y permanecía allí, con la mirada fija en un punto, que se hallaba más allá, mucho más allá, de aquel sombrío recinto... Cierto día, y con gran pesar de la familia, cruzó la frontera, y se fue a vivir con unos parientes, que regentaban una granja en las afueras de Pau... Parece ser que le sentó bien el contacto con la naturaleza, la vida sencilla y la distancia que la separaba de aquellos acontecimientos, que siempre le parecieron irreales, como si no los hubiera vivido... Regresó en los primeros días de agosto de 1936, y, muy a su pesar, fue recibida como una heroína... Las dos hermanas, iban juntas a todas partes. Apenas si hablaban entre ellas. Y, sobre aquel episodio de un día de diciembre, jamás hicieron comentario alguno.
El Padre Amadeo de Olite, pidió a sus superiores ser destinado a las Misiones de América del Sur, y allí permaneció el resto de su vida. No quiso presenciar todo cuanto había contemplado en sus sueños y visiones premonitorias. Alcanzó fama de santo, y fue muy venerado en la región donde desarrolló su labor evangelizadora. Mas, por encima de todo, permaneció el recuerdo de su bondad, comprensión y tolerancia. Según noticias enviadas a España por otros miembros de la misión, su vida se fue apagando lenta y apaciblemente, próximo a los cien años de edad.
La familia de Paquito Quílez, abandonó la ciudad en la primavera de 1940. Se establecieron en Valencia, donde prosperaron y hallaron una vida cómoda y plena de posibilidades para sus hijos. Paquito, estudió Medicina, el sueño que guardaba en su interior desde niño. Poco a poco, dejaron de escribirse con los parientes y amigos del norte de Aragon. En un intento, quizás, de olvidar una tierra de duros y largos inviernos, y otros recuerdos de ingrata memoria.
Y así, esta historia, llega a su final.
Zaragoza, 31 de enero.
(Archivo: cuevadelcoco.
Ilustración: Mateo Lahoz).